Un año fuera de Siria

Screenshot from video on the "Art of Syrian Children on Nat Mall" gofundme page.

Captura de pantalla del video «Arte de los niños sirios en el National Mall» en la página de gofundme.

Este artículo es parte de una serie especial de la bloguera y activista Marcell Shehwaro, que describe las realidades de la vida en Siria durante el actual conflicto armado entre fuerzas leales al régimen gobernante y quienes buscan derrocarlo.

«Debería haber llorado.» Esto es lo único que pasa por mi cabeza una y otra vez cuando recuerdo a la niña que había sido despedazada por completo.

No sé nada de ella, y de sus restos no podía adivinar su edad, pero sí recuerdo que permanecí allí, angustiada. No grité mientras reunían sus restos. No intenté ayudar, no hice nada, absolutamente nada. Mi «estúpido» cuerpo insistía en mantener la compostura, en actuar «racionalmente». ¿Quién de nosotros puede definir lo que significa «racional», cuando tiene enfrente el cuerpo de una chica muerta? Y yo permanecí imperturbable. No tuve una reacción dramática, de la clase que me hizo famosa entre mis amigos. De hecho, el llanto de alguien en el fondo realmente me molestó. ¿Quién se atreve a estar triste en una situación así?, me dije a mí misma. El único destino de los que quedan es la resiliencia.

Debo haber llorado luego, pero tal vez hoy soy más resiliente. Esto es lo que me repito a mí misma cuando la niña aparece en mis sueños, en mis momentos de alegría, en mis conversaciones sobre el futuro con la persona que amo.¿El futuro? Qué pasó con su futuro?

Ha pasado un año desde que me fui de Siria, tal vez para siempre. Un año de negación, culpa, pena y renuncia. No queda nada heroico en mí. Cada parte mía que mi cuerpo trataba de preservar de las bombas durante la guerra quedó allí, para aquellos que pudieran necesitarla, y colapsé por completo frente a lo que la ciencia podría llamar un «shock».

No sé qué tan enfermo es decir esto, pero realmente estaba mejor allí, más cerca de la muerte. La alegría era un acto de heroísmo, un desafío contundente a la muerte, mientras que aquí la alegría se convierte en un montón de culpa y la repetición irreal de historias que solían importar con los mismos amigos con los que compartimos la vida al borde de la muerte.

Hoy hemos pasado a vivir en negación sobre nuestra patria, la negación de que en realidad estamos fuera. Seguir adelante era la única vida allá en el «interior». Nuestra presencia allí era heroica, inspiradora, importante y todos pensábamos que el destino de todo el país dependía de nosotros. Partimos y abandonamos nuestro país sin ningún apoyo. Fuera de casa actuábamos como héroes, pero este papel ya no era adecuado para nosotros después del desarraigo de la ciudad ocupada de Alepo y de nuestras diversas casas. Pero insistíamos en que todavía parecíamos héroes. Teníamos miedo de contarle a los que murieron que hoy, no somos más que víctimas.

No escribí nada de importancia durante todo un año. Vi toneladas de programas de televisión carentes de sentido- miré en forma compulsiva todas las temporadas de Glee. Ese fue el comienzo que no tuvo el final habitual. La sombra de la muerte me acompañó durante demasiado tiempo.

Me imagino la muerte de mi ser querido en todas las formas violentas posibles. Acaricio lo que queda de su cuerpo después de que sufrió el impacto de un proyectil en la víspera de Año Nuevo, y me imagino si realmente lo hubiera perdido en ese momento. Su presencia junto a mí no es suficiente para aliviar mi profundo sentimiento de pérdida. Era suficiente que él simplemente se fuera a otro lugar para que yo imaginara lo peor y empezara a obsesionarme. Si yo no lo escuchaba respirar durante el sueño recordaba todos esos cadáveres que olvidaron cómo respirar.

La sombra de la muerte me acompañó, así como la obsesión por el suicidio y el deseo de seguir a aquellos amigos que nos habían dejado. Miro a mi alrededor y veo a tantos héroes en mi vida que se han convertido en fantasmas agobiados por la preocupación. Hemos convivido con todo tipo de comportamientos destructivos, desde la adicción al trabajo al alcoholismo y otras adicciones. En cuanto a mí, me convertí en adicta a la sensación dolorosa de culpa que se tradujo con frecuencia en heridas en mis propias manos, cuyas cicatrices son todavía visibles en la muñeca izquierda. Cuando me preguntan por las cicatrices, les miento. Miento porque no quiero admitir que el héroe se ha ido, quizá para no volver jamás, y fue reemplazado por esta nueva víctima.

Imagina que ya no crees en nada. Que no crees en lo bueno o malo del ser humano, ni en el universo o la justicia. La libertad es un derecho que te preguntas todos los días si realmente vale toda esta sangre.¿El mundo se volvió cívico? ¿Realmente podemos conseguir un cambio?¿Es la democracia que soñamos menos importante de lo que pensábamos?

¿Es cierto que la gente realmente no puede lograr un cambio si el dólar no quiere que esto suceda? Ninguna de las cosas en las que solías creer están cerca de ti; ninguna de las personas que sabían en realidad quién eres están cerca. Tu familia se ha ido y todo lo que te rodea es extraño y nuevo y tienes que adaptarte, incluso a tu nuevo ser.

Y mi amigo de Global Voices me envía mensajes preguntando: ¿Por qué no estás escribiendo? Y me da vergüenza decirle que dejé de escribir. Lo dejé allí con todo lo demás.

Sin embargo, y ya que decidí buscar ayuda, confieso hoy, y por primera vez en público, que estoy tomando antidepresivos. Intento alejar todos los pensamientos de muerte, en la medida en que puede hacerlo un ciudadano sirio. Estoy retomando el contacto con mis amigos y abrazando a la víctima que soy. Me compadezco de ella, la amo, rezo para que gane fortaleza y ​​paciencia, y lo más importante para que consiga perdonar.

Trato de reordenar mis piezas en su lugar, con la esperanza de que al hacerlo recuerde dónde estaban mis dedos para poder volver a escribir.

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