A diez años de la masacre de Andiyán, un uzbeko defiende su libertad

The town of Andijan in Uzbekistan.  Photo from www.panoramio.com. Licensed to reuse.

La ciudad de Andiyán en Uzbekistán. Foto de www.panoramio.com, con licencia para reproducir.

El 13 de mayo se cumplieron diez años desde que el gobierno de Uzbekistán masacró a ciento de civiles que se habían reunido en una plaza en una ciudad de provincia en lo que pareció ser una acto espontáneo de desafío en contra de un régimen brutal y corrupto.

Luego de la masacre, el gobierno uzbeko calificó a la mayor parte de los manifestantes como ‘extremistas islámicos’, designación que desde entonces se ha convertido en sinónimo para cualquiera que no encaje con la estrecha visión del estado de un ciudadano ideal.

Aunque el protagonista de este artículo, Akram Rustamov, no fue uno de los que estuvo en la ciudad de Andiyán ese día, su historia ofrece una fuerte comprensión del clima de miedo y paranoia creado por el gobierno –aun a miles de kilómetros más allá de sus fronteras– en nombre del contraterrorismo.

El siguiente artículo fue escrito Sonum Somuria, cineasta independiente de Guerrera Films. Apareció en EurasiaNet.org el 11 de mayo.

Conocí a Akram Rustamov, de 25 años, por casualidad cuando investigaba para una historia sobre las dificultades que enfrentan los migrantes de Asia Central en Moscú, donde millones realizan los trabajos menos especializados.

Enfrentaba serias acusaciones en su país, Uzbekistán.

Los fiscales uzbekos acusan a Akram de reclutar para el “Movimiento Islámico de Turkestán” (algunos expertos regionales creen que el grupo es un invento de la policía secreta uzbeka), de convocar a una yihad en su país y de buscar entrenamiento militante en Siria.

Uzbekistán ha usado acusaciones inventadas de terrorismo durante años para encerrar a sus críticos y a muchos otros, en su mayoría musulmanes pacíficos, dicen grupos de derechos. El régimen de Islam Karimov usa los arrestos y juicios cerrados para perpetuar el temor y legitimar su gobierno autoritario dentro y fuera del país. El surgimiento del Estado Islámico en Siria e Iraq es su última excusa.

El activista Bahrom Hamroev en Memorial, una importante organización rusa de derechos humanos, llama a las acusaciones contra Akram “fabricadas y falsificadas”.

Akram me pidió que grabara su historia. Estaba desesperado por probar su inocencia.

Tras pasar algo de tiempo con uzbekos en Moscú, pronto pude ver que muchos viven con temor de algo mucho peor que las bandas de nacionalistas rusos o con turbios empleadores a los que tuve que enfrentar para documentarme.

Cuando uno de los amigos de Akram –un hombre corpulento y confiado al que llamaré Ahmed– nos escuchó discutir teorías acerca de que el régimen de Karimov estaba detrás de los bombardeos en Tashkent en 1999, entró en pánico. Si alguien lo descubría, dijo, lo encerrarían inmediatamente. Ahmed y otro amigo que enfrenta acusaciones similares a las de Akram tienen tanto miedo que han dejado de ir a trabajar, por temor a ser secuestrados por los servicios de seguridad uzbekos que operan en Moscú.

Diez días después de que filmé a Akram, me llamó por teléfono y me dijo que se regresaba a Uzbekistán. Le rogué que no se fuera, pero dijo que no tenía opción. Había recibido llamadas amenazadoras del Servicio Nacional de Seguridad uzbeko (SNB), dijo, y se fue el 24 de abril.

A la llegada de Akram a Uzbekistán, dicen la familia y amigos, el SNB lo detuvo inmediatamente. No se ha permitido a nadie visitarlo. Sus amigos y familia temen que esté siendo torturado y que no lo vuelvan a ver.

Hamroev en Memorial dice que cree que a Akram le prometieron libertad, le prometieron que su nombre quedaría limpio. No hay manera alguna de que se hubiera ido por su propia voluntad de otra manera, dice Hamroev. También cree que a Akram se le dio a elegir: ven a casa o tu situación será mucho peor.

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