El largo y peligroso viaje a Europa de un refugiado sirio

Kos, Greece. 15 August 2015 -- Syrian migrants arriving on an overcrowded dinghy along the coast of the Greek island of Kos at Psalidi beach near to the luxury hotel complexes of the island. Photo by Wassilis Aswestopoulos. Copyright Demotix

Kos, Grecia. 15 de agosto de 2015 — Refugiados sirios llegan en una lancha a la costa de la isla griega de Kos, concretamente a la playa de Psalidi, cerca de los lujosos complejos turísticos de la isla. Foto de Wassilis Aswestopoulos. Copyright Demotix

Este artículo y reportaje radiofónico de Shirin Jaafari para The World se publicó originalmente en PRI.org el 25 de agosto de 2015, y se republica aquí gracias a un acuerdo para compartir contenido.

Thair Orfahli se montó en la embarcación sabiendo que podría morir. Pero ese mismo destino es el que le esperaba si se quedaba en Siria.

Sólo unas horas antes se había despedido de su amigo, entregándole su laptop — su posesión más preciada. «Le dije a mi amigo que si no llegaba, podía llamar a este número y dárselo todo a mi familia», recuerda.

Orfahli es uno de los miles de hombres, mujeres y niños que huyen de los países del Medio Oriente devastados por la guerra. Él se refiere a Siria como su casa — o al menos, solía hacerlo.

No hace mucho tiempo, Orfahli era estudiante en Líbano. Volvía regularmente para visitar a su familia en Jobar, no muy lejos de la capital siria, Damasco. La vida le sonreía.

Luego vino la guerra. El amargo enfrentamiento entre el ejército sirio y los opositores se intensificó.

Jobar se convirtió en un campo de batalla. «Era muy peligroso. Había muchas bombas, bombas, bombas», cuenta Orfahli.

Pronto, los hombres del barrio empezaron a desaparecer, bien porque eran forzados a combatir en el ejército sirio o bien porque eran encarcelados por ser considerados opositores.

En 2012, la vida en Jobar se hizo sencillamente insoportable. «Tomé a mi familia, a mi madre y a mi hermana», recuerda Orfahli.

Pero ni siquiera en Líbano se sentía seguro. Siendo un sirio joven y capacitado, temía ser capturado por los simpatizantes del régimen sirio y ser enviado de vuelta para combatir. El mero pensamiento lo aterraba. Así que, una vez más, volvió a trasladarse. Esta vez solo.

«En 2013, Thair se convirtió en un refugiado de la guerra en Egipto», dice Sara Bergamaschi, una amiga cercana de Orfahli.

Bergamaschi, italiana que trabaja para las Naciones Unidas, conoció a Orfahli en un viaje a Siria en el 2009.

«Pasábamos casi todo el día juntos», dice Sara. «Viajamos por todo el país. Nos hicimos como hermanos».

Bergamaschi dice que Orfahli empezó a buscar trabajo poco después de trasladarse a Egipto. Solo había un problema: necesitaba un permiso de trabajo.

«Según la ley egipcia, tienes que pedir el permiso de trabajo desde la organización jurídica árabe de tu propio país», dice Bergamaschi.

En resumen, Orfahli tuvo que volver a Damasco para conseguir el permiso. Mientras tanto, su visa de estudiante estaba a punto de caducar y justo cuando pensaba que las cosas no podían ir a peor, lo hicieron. Le robaron el pasaporte. Sin pasaporte y sin permiso de trabajo, tenía que actuar rápido. Decidió poner rumbo a Europa.

Con tantos refugiados sirios tratando de alcanzar Grecia e Italia, no es difícil encontrar traficantes. Después de un par de llamadas de teléfono, Orfahli había encontrado al suyo.

«Me dijo: necesito $2500″, dice Orfahli. «[Le dije]: solo tengo $2000. Si quieres, te los doy, si no los quieres, encontraré a otro», cuenta Orfahli.

El traficante aceptó. Le prometió a Orfahli que estaría en Italia en cinco días.

Pero, ¿cuánto tiempo duró el trayecto en realidad? Diez días y doce horas. Orfahli pasó más de 10 extenuantes días junto a más de 100 refugiados.

El cantante australiano Cody Simpson le dejó su cuenta de Twitter a Orfahli para que pudiera publicar tuits sobre su viaje.

En una embarcación hacia Italia con otros 234 refugiados e inmigrantes. Su fuerza es increíble.

En la embarcación iban ancianos, mujeres embarazadas y niños pequeños.

«Todo el mundo tenía miedo. No teníamos comida, no teníamos mucha agua y el agua que teníamos estaba muy sucia», recuerda.

Algunos, incluido Orfahli, habían tenido que dormir en la cubierta. Por las noches hacía un frío gélido y las olas de agua que salpicaban sobre ellos, hacían que fuera aún peor.

A medida que pasaban los días, los pasajeros se ponían más nerviosos. Se preguntaban si conseguirían llegar a tierra o no.

Finalmente ocurrió. Su barco consiguió alcanzar la costa de Sicilia.

La familia de Bergamaschi acogió a Orfahli.

«My padre fue a recogerlo y todo el mundo estaba feliz», dice Bergamaschi. «Incluso mi padre, recuerdo que me dijo: ‘Sara, me he quedado asombrado al ver a este chico porque no tiene nada, solo su pequeño teléfono y agujeros en los zapatos, pero está tan feliz. No lo entiendo’. Y yo estaba como: ‘Claro papá, está feliz porque está vivo. Da gracias a la vida'».

Agradecido como estaba, no se quedó en Italia mucho tiempo. Tenía más fronteras que cruzar. Quería llegar a Alemania.

Y ahí es donde está hoy. Ha solicitado asilo y está esperando respuesta. Respecto a su familia, Orfahli dice que están repartidos por todo Medio Oriente. Uno de sus hermanos está en Arabia Saudita, otros en Jordania, Turquía y Líbano.

Tras un largo y peligroso viaje, llego a Munich, el punto de entrada para los inmigrantes.

En estos días, Orfahli está en un campo de refugiados en Alemania. Pasa el tiempo estudiando inglés y alemán.

«Me gusta mi campo [de refugiados] porque estoy tranquilo», dice. «Quiero olvidar todo lo de Egipto, todos los problemas de Siria y todos los problemas del viaje en barco».

Para Orfahli, ahora de lo que se trata es de construir una nueva vida en el lugar que él, ahora, llama hogar.

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