Desde el año pasado, cuando se acabó la tregua entre el gobierno y las pandillas, la tasa de homicidios se ha disparado, aumentando más del 50%. En mayo del 2015 hubo más de 600 homicidios… en un país con poco más de 6 millones de habitantes, cifras que no se veían desde los 90. Más del doble de lo que se ve actualmente en Iraq. Más de 35 policías han sido asesinados en lo que va del año. Y parece la cosa que va de mal a peor. El pasado domingo 16 de agosto, fue el día más violento del 2015, con 40 homicidios.

Entonces, la pregunta sería esta: si no es una guerra lo que está pasando en El Salvador, ¿qué es exactamente?

Todo el mundo ha sido tocado, directa o indirectamente, por este caos y violencia, y los salvadoreños de todas las clases sociales han aprendido a lidiar con ese constante sentimiento de inseguridad. Muchas de las personas con las que hablé me dijeron que no importa lo que se publique en los periódicos extranjeros. “Aquí”, me decían, “aquí estamos en guerra. Y tiene para rato”.

¿Pero entonces en qué consiste esta guerra? Como cualquier conflicto armado, hay muertos en cada lado. En este caso, las maras –o pandillas– y la policía. Y como en cualquier conflicto, los que en muchos casos se llevan la peor parte son los civiles, la gente que no tiene nada que ver. Es que la violencia desmesurada de El Salvador afecta todos los aspectos de la vida cotidiana. Y no siempre de la manera que te esperarías.

Esta es Iris. Por razones de seguridad, hemos decidido no usar su apellido. Ella, como muchos salvadoreños, vive tratando de evitar problemas. Y por lo general lo ha logrado. Tiene un buen trabajo, le va bien en su carrera. Los mareros no le prestan mucha atención… Se viste bien, cuida su aparencia. Y desde que era muy joven había algo que le gustaba mucho hacer: teñirse el pelo.

Es parte de su look, parte de su identidad. Y esta historia se trata de eso. Porque la violencia, la inseguridad que producen las maras, no solo se trata de lo que se lee en los titulares. Balacera aquí, atraco allá. No. También tiene que ver con detalles. Roces. Instancias en las que la maldad se aparece delante tuyo. A tu lado.

Instancias como esta.

Iris: Yo iba en un Coaster, o sea un microbús, y una muchacha se sentó a la par mío… Una muchacha poquito más gordita que yo. Andaba las cejas súper delgaditas, el pelo maltratado, pintado.

Daniel Alarcón: Color rubio. La boca delineada con rojo… Pantalones de lycra estampados con piel de leopardo. Según Iris, este tipo de vestimenta… en El Salvador, es un código.

Iris: Y por la forma en que comenzó a hablar sabía que no era una muchacha normal, que quizá a lo mejor era la mujer de un pandillero.

Y aquí hay otro detalle para tomar en cuenta: los buses en El Salvador son peligrosos, porque las pandillas han infiltrado el transporte. Los pasajeros corren el peligro de ser asaltados, robados. A veces las pandillas exigen renta de las compañías de transporte. Y si no pagan, las maras pueden matar a los choferes. En otros casos, los mismos choferes son cómplices de los pandilleros. Es una situación complicadísima.

Iris: Ella me enseñó una cicatriz que andaba en el estomago. Y me dijo, “Mirá, estas son heridas de guerra. Esta demuestra en la calle el valor que tenemos nosotros”, me dijo ella. Nosotros. Es decir, La Mara. Y luego, la muchacha vino con esto:

“Mirá. Cámbiate el pelo. Porque si yo te vuelvo a ver en esta ruta o uno de los motoristas te ve en esta ruta, ya vas a quedar fichada, porque aquí todos nos conocemos. Y como no has querido decirme de donde venís, cuidáte. Y cambiate el pelo”.

Y yo me quedé helada. Fue como…por Dios, ¿qué hago? Había un rumor acá, verdad, que si tu andabas de pelo rojo eras de cierta pandilla, y que si tu tenías pelo rubio pertenecías a otra pandilla.

Algo que Iris no había tomado en cuenta cuando decidió teñirse el pelo. Un pequeño acto de expresión, prohibido por las maras. Y claro, cuando uno compara este acto con lo que se lee en los periódicos, no parece tan importante. Pero sí lo es. Cuando las maras se imponen hasta en aspectos tan intrascendentes de la vida cotidiana, es una manera de decirle a la población: “Oye, nosotros somos los que mandamos acá. No ustedes. No el gobierno. No la policía. Nosotros”.

Puedes escuchar el episodio completo aquí: