Es hora de poner fin a la ablación en el único país de América Latina donde aún se practica

Agencia Prensa Rural Follow Embera Katío  Recorrido por la vereda Igueronal del corregimiento de Crucito, en Tierralta Córdoba. Es una zona que ha sido habitada cientos de años atrás por los Embera Katíos,

Miembros de la etnia Embera en el corregimiento de Crucito, en Tierralta Córdoba, Colombia. Foto tomada de la cuenta en Flickr de Agencia Prensa Rural en Flick bajo licencia Creative Commons.

En Colombia, hay pueblos indígenas que aún realizan la mutilación genital femenina, conocida también como ablación. Esto convierte al país en el único de América Latina donde se realiza esta práctica, de acuerdo con organizaciones no gubernamentales:

En 2007 se tuvo conocimiento de la muerte de un grupo de menores de la comunidad indígena emberá. Cinco años después, en 2012, se logró una declaración pública de las autoridades indígenas que suspendía estas prácticas. Pero el año pasado cuatro niñas emberá murieron tras la ablación.

Alberto Wuazorna, líder emberá chamí (que se ubican en las cordilleras occidental y central de los Andes colombianos), trabajó más de tres años en sensibilizar a esta población para suprimir la ablación. Como es de suponer, no era un trabajo fácil pues su radio de acción cae dentro de la intimidad femenina. A raíz de su experiencia declaró que “nos enfrentamos a un tema de siglos, un proceso de más de 200 años que no podemos pretender desaparecer en tres”.

Cómo la ablación llegó a América «oscila entre la historia y el mito». Víctor Zuluaga, historiador retirado de la Universidad Tecnológica de Pereira que ha trabajado en las comunidades emberá chamí de Risaralda desde los años 70, nos lo cuenta:

[…] en el siglo XVII, cuando los colonos ya habían tomado el control de la mayoría de pueblos indígenas, los chamí se mantuvieron indomables. Eran un pueblo casi nómada que vivía más de la caza y de la pesca que de la agricultura o la minería. La salida que encontraron para ellos fue, pues, el camino: los usaron para trasladar carga entre la costa y las montañas. Su trayecto pasaba por Tadó, un pueblecito riquísimo en oro actualmente en el departamento del Chocó, donde trabajaban cientos de esclavos africanos. Cuando coincidían los domingos, a veces también en sábado, los indígenas y los esclavos tenían “un pequeño espacio de libertad” donde compartir costumbres y rituales.

Los esclavos mencionados por Zuluaga procedían de Malí y también estaban acostumbrados a que los hombres pasaran mucho tiempo fuera de casa. Los embera llegaban a pasar dos o tres semanas dando caza a un animal perdidos en la selva. Fue así que los malís les enseñaron la ‘curación’ a fin de controlar la sexualidad femenina.

Los emberá chamí están entre los treinta pueblos indígenas de Colombia en peligro de extinción. Históricamente ha vivido en situación de vulnerabilidad marcada por la pobreza extrema que padecen muchos de sus habitantes, víctimas en el mejor de los casos de exclusión y discriminación, en medio del fuego cruzado de los grupos armados.

Las organizaciones de derechos humanos y de defensa de las mujeres estiman hay en el mundo entre 100 y 130 millones de mujeres que han sufrido la ablación genital femenina. Y en el caso de Colombia, los expertos creen que en la comunidad emberá chamí llegaban a morir de tres a cuatro niñas cada año por las complicaciones derivadas de la “curación”.

“Soy mujer, soy emberá y no practico la ablación”. El mensaje que transmiten ahora Norfilia Caizales, consejera de mujer del Consejo Regional Indígena de Risaralda (CRIR), y otras mujeres de ambos resguardos no puede ser más claro y contundente. “Llevamos desde el año 2007 buscando nuevos procesos para el fortalecimiento de nuestras niñas, y ya es hora de decir, ‘no más a la práctica de la curación’”, añadió Norfilia.

Según datos de Unicef, la mutilación genital femenina se concentra en una franja de 29 países de África y Oriente Medio.

Gabriela García Calderón colaboró con la redacción de este artículo.

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