Inesperada reunión a 20 años de la masacre de Srebrenica, en Bosnia

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Maksim y Sehida. Fotografiados por la autora.

En la que se considera la peor masacre en Europa desde la Segunda Guerra Mundial, 8,000 hombres y niños musulmanes fueron asesinados por tropas bosnias en Srebrenica en 1995. En este artículo, al cumplirse el vigésimo aniversario del genocidio de Srebrenica, Nevena Medić relata una historia de extraordinario valor. Este artículo fue publicado originalmente en Balkan Diskurs, que es dirigido por el Centro de investigación post-conflicto (PCRC), beneficiario en 2014 de una beca de Rising Voices y es republicado en GV como parte de un acuerdo para compartir contenidos.

Maksim Marjanović, un profesor jubilado del pueblo de Skelani, arriesgó su vida para ayudar a su colega Jakub Abdurahmanović y a su familia. Jakub fue asesinado durante la guerra en Bosnia y Herzegovina y, 20 años después, Maksim se ha reunido por primera vez con Šehida, la viuda de Jakub. Su conmovedor encuentro acompañado por el recuerdo de Jakub narra la historia de la guerra en Bosnia y Herzegovina.

Maksim y Jakub se conocieron cuando eran estudiantes en Tuzla. Poco tiempo después, comenzaron a trabajar juntos como profesores en Srebrenica.

Cuando la guerra comenzó, Šehida recuerda cómo Jakub no quería salir de su departamento, e insistía en que él no era culpable de nada. Ella recuerda con claridad las palabras de su esposo:Si me matan, me matan’. Šehida recuerda cómo ella no quería separarse de él porque, en sus palabras, su vida no tendría significado sin él. Así, ellos permanecieron en el edificio, solos.

Maksim les brindó especial cuidado durante ese tiempo. Cuando los teléfonos aún funcionaban, Šehida recuerda que Maksim llamó y dijo: ‘Escúchame Jakub, las cosas afuera están empeorando. Que los niños y Šehida se preparen. Los voy a buscar.

Šehida recuerda aquellos días vívidamente y comenta al pasar queno importa quién oqué’ seas. Lo único que importa es que eres un ser humano”.

“Maksim llegó al caer la noche,” explica Šehida. “Al principio no lo reconocimos porque estaba oscuro. Entonces él nos dijo:Vayamos abajo.’ Pusimos lo indispensable en mochilas y nos fuimos al departamento de Maksim.”

“Mis hijos estaban muy asustados,” recuerda. “Cada vez que sonaba el timbre daban un salto y preguntaban:‘¿Nos van a matar?’ Nunca olvidaré cuando ya instalados en el cuarto de Maksim él sacó un arma y dijo: ‘Escucha, Zijada querida, no llores. ¿Ves el arma del tío Maksim? No importa quién llegue hasta nuestra puerta, ellos no pueden hacernos daño. Es como en una película de vaqueros, Zijada’”.

“Luego ella abrazó a Maksim, sintiéndose protegida,” nos cuenta Šehida.

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Šehida relatando su historia. Fotografiada por la autora.

La decisión de Jakub

Según cuenta Šehida, Maksim fue al centro del pueblo para verificar la situación. Cuando volvió, estaba visiblemente conmovido. Durante su recorrido en automóvil por el pueblo había sido testigo de varios tiroteos a su alrededor.

“La idea de que alguien podía venir al departamento y causarle problemas a Maksim, llevó a que Jakub decidiera que debíamos volver a nuestra casa. Nada podía hacerlo cambiar de idea” recuerda Šehida. “Mi Jakub era famoso por decidir algo sin dar demasiadas explicaciones”.

Maksim de mala gana accedió a acompañar a la familia de vuelta a su departamento.

“Los días pasaban en un clima de temor y ansiedad”, relata Šehida. “Las tiendas eran saqueadas. No sabíamos qué clase de maldad nos esperaba afuera. En ese punto, una posible partida estaba fuera de discusión”.

Una mañana, Maksim llamó y le dijo a Šehida que preparara café. “En cuanto llegó, comenzó a llorar,” recuerda Šehida. Él habló con mi esposo y le dijo, ‘¿Sabes qué, Jakub? Soy un hombre decente. Le enseñé a mis hijos valores diferentes. Me avergüenza que me vean en este uniforme. Este solo sería un uniforme honorable si al menos pudiera protegerte a ti y a las personas de mi vida. He decidido que debo regresar a mi pueblo, Brežani. Si tengo que hacerlo, voy a morir allá’.

Maksim le ofreció a Šehida la llave de su departamento. Él le dijo: ‘Si te sientes más protegida allá, entonces vete, pero yo me tengo que ir.’ Él abrazó a los hijos de Šehida mientras lloraba. “Probablemente él percibió el mal que se aproximaba,” agrega Šehida al recordar aquel momento.

Ella recuerda a Maksim diciéndole a Jakub: ‘Si permanecemos con vida y nos encontramos de nuevo, sabremos quién es verdaderamente responsable de todo esto. Realmente me tengo que ir.” Él se fue y Šehida, que lo siguió hasta que cruzó el patio, recuerda cómo él se cubrió la cara con las manos para llorar.

Unos pocos días después de que se separaron, Šehida recuerda cómo los “Tigres” de Arkan irrumpieron en su departamento para hacer una requisa. “Ellos abrieron todo en el departamento, pero no encontraron nada. Uno de ellos gritaba: ‘¡Todos arriba!’ Mi hijo Zijo, que en aquella época estaba en segundo año del secundario, emitió un grito distinto. Luego, ellos se llevaron a mi Jakub. En un dialecto serbio, uno de los tigres dijo: ‘¡Tú! ¡Siéntate con los niños!’ Entonces, nos dejaron el departamento.”

Poco tiempo después, Šehida recibió la noticia de que Jakub había sido asesinado.

“Pasé 10 días sin bañarme. Cuando me saqué la ropa para tomar un baño,” explica, “vi que mis muslos estaban cubiertos de moretones. Me di cuenta de que mi hija Zijada me había pellizcado las piernas a causa del miedo y yo ni siquiera lo había notado. Fue entonces cuando entendí el trauma que ella estaba atravesando”.

Šehida no había visto a Maksim desde 1992 pero explica que ambos todavía saben todo acerca del otro. “Tal vez está pescando en el Drina”, musitó.

Cuando Šehida nos contó su trágica historia, decidimos localizar a Maksim y contactarlo. Cuando lo encontramos, se puso feliz de oír de nosotros. Nos pidió que le lleváramos a Šehida porque él no quería volver a Srebrenica. Pensaba que las personas con las que compartió las partes buenas de su vida ya no vivían allí.

Nunca quisimos esto

A medida que nos acercamos a la casa de Maksim, oigo a Šehida respirar con dificultad. Maksim está afuera esperándonos. Él dice: “Miren a mi Šehida, es la misma. Estás igual que cuando te dejé, no has cambiado nada”.

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Sehida y Maksim. Fotografía por el autor.

Mientras comparten su primer café después de tantos años, Maksim y Šehida comienzan a intercambiar historias de los juegos, primeros amores, y peleas de los niños. Hablan principalmente sobre sus hijos Zoran y Zijad. “Esos chicos eran inseparables”, cuentan.

Šehida también recuerda las cartas que Zoran le envió a Zijad. Ella comenta que esas cartas pueden ser una lección para las generaciones más jóvenes.

“En una oportunidad recibimos una carta de Zoran a través de la Cruz Roja,” nos cuenta. “Me sorprendió que algunos mensajes no eran censurados. Ellos solían tachar lo que no aprobaban con tinta negra. Zoran le dijo a mi Zijo: ‘Te envío esta carta, pero no sé si la leerás. Si logras recibirla, quiero que sepas que soy el viejo Zoran. No he cambiado. Sé que ni tú ni yo quisimos que esto pasara’”.

Ambos permanecen sentados, inmóviles, con los ojos llenos de lágrimas. Por primera vez, Maksim escucha la historia de cómo murió su amigo. Šehida describe la noche en la que Jakub fue asesinado. Ella y los niños pasaron toda la noche en el techo de una escuela en Srebrenica. No durmieron en toda la noche. Al amanecer fueron a las colinas que rodean Srebrenica. Se alojaron en el primer pueblo al que llegaron. Fue fácil encontrar un lugar para quedarse porque, según Šehida, todos conocían a Jakub.

“Algo me mantenía intranquila. Tenía que volver. Debía encontrarlo y tratar de sepultarlo. No podía dejar de pensar que los perros lo destrozarían”, relata.

Šehida recuerda que cuando volvió a Srebrenica era una ciudad “abandonada, sin pájaros, y sin gente”. Dice que no sintió miedo ni pena cuando sepultó a su marido porque se encontraba en estado de shock.

“En mi recorrido calle abajo no había pájaros ni plantas. No quedaba nada. Los autos estaban estacionados en la calle con todas las puertas abiertas. Todos los serbios habían huido luego del asesinato de Goran Zekić [Miembro de la República serbio bosnia y de la Comisión de personal del partido socialdemócrata]. Pensaba que mi Jakub había sido asesinado frente al centro comercial de Srebrenica, pero me contaron que fue asesinado en un sótano”.

“Fuimos a la estación de policía. Muniba me dijo que bajara las escaleras y sentí que no podía respirar. Llegué a la puerta pero no la pude abrir. Estaba cerrada. Me di vuelta y le avisé a Muhamed, el hombre que nos había estado ayudando, “No puedo abrir la puerta, pero puedo ver los zapatos de Jakub.” Él abrió la puerta. Al principio yo no podía mirar. Luego giré rápidamente. Lo que vi fue un alivio – no lo habían masacrado”, dice Šehida.

Le explica a Maksim que después de sepultarlo, fue más fácil para ella. Sin embargo, mientras evocaba esos recuerdos, hubo un momento en el que no pudo seguir hablando y le costaba respirar. Šehida cree que, si no hubiera sido por sus hijos, ella nunca habría regresado al pueblo. Ella le dice a Maksim que probablemente se habría arrojado al vacío desde algún lugar.

Maksim y Šehida, no obstante, no recuerdan solo los malos tiempos. Comienzan a recordar también los buenos tiempos. Hablan de los días en la escuela y de las salidas juntos. Hablando sobre la escuela, Maksim comenta que los profesores nunca deben ser nacionalistas o chauvinistas. “En aquel entonces, nunca se me ocurrió hacer distinciones entre los chicos”, dice.

Maksim sigue explicando el impulso interno que lo llevó a ayudar a la familia de Šehida. “Pensé que ayudar a los demás era mi deber como ser humano. Una vez, cuando vi a Jakub en la estación de policía, le dije que lo protegería. Le dije a algunos policías vecinos que me llamaran si esos bastardos aparecían. Incluso hoy, recuerdo sus guantes sin dedos. Más tarde me di cuenta que eran delincuentes comunes”, recuerda Maksim.

Mientras Maksim describe la guerra en Bosnia y Herzegovina, señala: “La guerra es como una inundación. Cuando ocurre, hace salir toda la basura a la superficie. Toda la gente decente retrocede. La basura permanece flotando y mientras nos rodea, no podemos lavarnos las manos de la situación”.

Según Maksim, todos pudieron anticipar que habría una guerra. Incluso sus estudiantes, que a menudo hacían preguntas tontas, podían sentir que algo iba a suceder. “Los niños perciben todo”, dice Maksim. “Mi alumna Sabina me preguntó: ‘Profesor, ¿Habrá una guerra?’ Aunque conocía la respuesta, le contesté: ‘No mis niños, no habrá ninguna guerra. Si, Dios no lo permita, hubiera una guerra, lo único que les pido—cuídense y apóyense unos a otros. No permitan que los intereses nacionales generen brechas entre ustedes. Ayúdense unos a otros. Esto es lo más importante. Solo de este modo podrán salvarse y salvar a los demás’.

Este artículo ha sido recientemente galardonado con una mención de honor en el Concurso juvenil Srđan Aleksić organizado por PCRC, que alienta a los jóvenes a descubrir, recopilar, y compartir historias sobre consolidación de la paz, actos de coraje y cooperación interétnica en sus propias comunidades.

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