‘Falta una palabra en la historia del Genocidio armenio: justicia’

Refugiados armenios

Aleppo, enero de 1920: Refugiados armenios en el American Relief eye hospital. Fotografía de la Universidad de Michigan, George R. Swain, Ann Arbor, Michigan. Dominio público.

 

Hoy se conmemora los 100 años del exterminio de un millón y medio de personas, la tercera parte de la población armenia de la época, perpetrada por el Estado de Turquía y el Imperio Otomano.

De los 22 países que han reconocido el genocidio armenio, cinco están en Latinoamérica: Argentina, Bolivia, Chile, Uruguay y Venezuela.

La mayor población de armenios en Latinoamérica y la tercera en el mundo se encuentra en Argentina, la cual se estima entre 70.000 y 135.000 habitantes, entre ellos la familia de la periodista Lala Toutonian (@LalaKarenina), quien narra a Infojus Noticias la historia de sus abuelos, quienes llegaron al país sureño huyendo de la masacre para empezar una nueva vida:

Contaba mi abuela Nazlé, la paterna, que no sintió el balazo en su brazo. Estaba fuertemente aferrada a su hermano menor cuando notó una sangre marrón, espesa, bañando su mano y la de su hermanito. Mientras relataba esto, mostraba su cicatriz, con el ceño fruncido, la mirada grave, la voz firme…

Contaba mi abuelo Vartevar, el materno, que mataron frente a sus ojos –unos turquesas, brillantes hasta el último de sus días a los 99 años-, a su esposa y a su bebé. Que él sobrevivió en el desierto escondiéndose bajo la arena cuando pasaban arrasando los turcos, bebiendo del orín de una mula moribunda, que sus compañeros en la marcha de la muerte caían como hojas secas. …

Turquía no reconoce el genocidio. Acepta que durante la Primera Guerra Mundial muchos armenios murieron, pero asevera que también murieron turcos, y que se cometieron masacres por ambas partes como consecuencia de la violencia interétnica y el conflicto en mayor escala de la Primera Guerra Mundial.

Estas son las consecuencias de un Genocidio: odios, rencores, dolores, resentimientos, nacionalismos exacerbados, chauvinismos baratos, y todo horriblemente sustentado. También el afán de mantener viva una cultura, una lengua, una religión, una memoria que se quiso tapar, matar, silenciar.

Porque cada una de las imágenes expuestas, cada niño moribundo, cada mujer violada, cada abuelo tatuado, cada hombre degollado, nos recuerda que tenemos porqué vivir.

Porque falta una palabra en la historia del Genocidio armenio: justicia.

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