Cómo no escribir sobre España y smartphones

«Comunicando». Madrid (España). Foto de FXW en Flickr. CC BY-SA 2.0

«Comunicando». Madrid (España). Foto de FXW en Flickr. CC BY-SA 2.0

Hace unos días, mientras comprobaba unos datos para un artículo de Global Voices, fui a parar al perfil de la magnate de los medios y mi objeto personal de envidia por su acento, Arianna Huffington. Mientras navegaba por los mensajes de la editora jefe del Huffington Post, me llamó la atención un reciente tuit sobre España, donde he residido los últimos años: «Por qué nadie habla de adicción al smartphone en España –están ocupados hablando unos con otros», declaraba románticamente.

No suelo hablar en idioma de Internet, pero se me escapó un incrédulo «O RLY?». El tuit enlazaba a una columna de la revista Pacific Standard, que trata de temas sociales, económicos y políticos estadounidenses, donde se afirma que «la mayor diferencia» entre los norteamericanos y los españoles a la hora de utilizar la tecnología es que en España «nadie parece estar al teléfono». «En su lugar, lo que hacian los españoles era hablar entre ellos, alto y enérgicamente, todo el tiempo», dice el autor de Brooklyn, basando sus observaciones en un viaje por España y Portugal. «Me pareció el tipo de socialización que todos deseamos cuando lamentamos nuestra «adicción» a los smartphones».

El artículo se lee casi como la sátira de un corresponsal occidental que cae en un lugar «exótico» y escribe para sus lectores a base de generalizaciones sobre ese sitio. Retrata España —país aún conocido como la tierra de la siesta, aunque escasamente un 16% de la población practica esta costumbre a diario— y buena parte de Europa como una especie de buen salvaje del siglo XXI, familiarizados con el arte natural de la conversación e incorruptos ante la misma tecnología que está convirtiendo a los norteamericanos en zombis de turbia mirada.

Pero en lo que respecta a la tecnología y la adicción al smartphone, no es el caso. ¿Dices que «aquí nadie parece hablar de adicción a la tecnología»? Por supuesto, puedes decirlo si no lees los medios españoles y lo máximo que has pasado en el país son unas cortas vacaciones. Una rápida búsqueda en Google arroja una buena cantidad de debates sobre el tema (en español, claro).

Se dice que España tiene el mayor índice de jóvenes adictos al smartphone de Europa. Resulta que más de la mitad de los españoles siente un miedo irracional a salir sin su teléfono móvil. Entre los jóvenes de 18 a 24 años, la cifra se eleva hasta el 75%. Según una encuesta, el 40% de los españoles entre 18 y 30 años afirma no poder vivir sin su smartphone.

Los españoles, que ocupan el 4° puesto mundial en el uso de la plataforma de mensajes WhatsApp, están conectados a un promedio de 2,9 dispositivos, una de las mayores tasas del mundo. El pasado año, dos españoles crearon una aplicación llamada FaceUp, diseñada específicamente para eliminar la adicción al smartphone. El mes pasado se estrenó en Madrid una obra de teatro llamada «Smartphones», escrita por un español residente en EE. UU., que trata de cómo la tecnología ha cambiado las relaciones humanas.

Sin mencionar las innumerables veces que he visto a padres reprendiendo a sus hijos (¡y viceversa!) para que no usen el teléfono durante las comidas, o amigos en un bar consultando fotos de Facebook en el móvil.

¿Quiere esto decir que España es en realidad algún tipo de páramo devastado por la adicción a la tecnología? Nada de eso. España es un país lleno de pasión, calidez, encanto y cultura, y adoro vivir aquí. Así que, si tanto me gusta España, ¿por qué tomarme el tiempo de desmantelar esta imagen, tan idílica como falsa?

Porque artículos como el mencionado revelan una cierta arrogancia periodística, y una falta de humildad que hace que las conclusiones nos lleven a los hechos, y no al contrario. Autoritariamente se dice a los lectores cómo es un país entero, o incluso un continente, basándose no en una profunda experiencia o en una exhaustiva investigación, sino en una vaga noción y unas pocas observaciones superficiales.

Los buenos periodistas o viajeros dejan la escoba en casa. Son abiertos de mente y cuidadosos en sus juicios. Están deseando aprender y observan lo que se supone bueno junto con lo que se supone malo. Es la diferencia entre el enamoramiento infantil que idealizas desde la distancia que dan los años y la pareja adulta a la que amas profundamente, por más que su manía de sorber la sopa te ponga de nervios.

Como pasa con el resto del mundo, España no es perfecta. Puede que el país sufra para apagar sus teléfonos, igual que sucede en Estados Unidos, y quizás sorba el gazpacho de vez en cuando, pero todo es parte de lo que hace de España —la España del mundo real, no el espejismo libre de tecnologías— un lugar tan encantador, complejo y poco convencional.

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