Mujeres jamaiquinas se pronuncian en línea contra la «extendida enfermedad» del acoso sexual público

Statue at Emancipation Park, New Kingston, Jamaica; photo by Dubdem e FabDub, used under a CC BY 2.0 license.

Estatua en el Emancipation Park, New Kingston, Jamaica. Foto de Dubdem e FabDub, usado bajo una licencia CC BY 2.0.

Una columnista invitada de un periódico de Jamaica decidió abordar el problema social generalizado del acoso sexual público (conocido en todo el mundo como Eve teasing) escribiendo un artículo sobre su experiencia. La columna de Karen Lloyd se encontró con una lluvia de interés popular, concretamente entre los hombres.

En respuesta, un lector desafió la afirmación de Lloyd de que sus partes íntimas no eran de consumo público al señalar que las vaginas son de propiedad pública en «Back Road» (en referencia a un área de Jamaica conocida por la prostitución).

La experta en literatura, la Dr. Carolyn Cooper, tomó nota de la columna y de la reacción del público al «persistente problema del abuso verbal y físico de chicas y mujeres en Jamaica». Desmontó ferozmente el argumento del «Back Road» diciendo:

Unlike Ms Lloyd, the women on ‘Back Road’ are selling sex. Even so, the vagina of a female sex worker is not public property. Cleverly marketed or not, the vagina of a female sex worker is a private body part. And its owner has the right to determine its use and value. She is entitled to pick and choose her clients even in desperate economic circumstances. Sex workers have rights. They have the fundamental right to be protected from sexual abuse. And selling sex does not mean you give up all claims to be treated with dignity.

A diferencia de la Sra. Lloyd, las mujeres de «Back Road» venden sexo. Aun así, la vagina de una profesional del sexo no es de propiedad pública. Comercializada o no de un modo inteligente, la vagina de una profesional del sexo es una parte privada de su cuerpo. Y su propietaria tiene el derecho a decidir su uso y su valor. Está autorizada a recoger y elegir a sus clientes, incluso en circunstancias económicas desesperadas. Las trabajadoras del sexo tienen derechos. Tienen el derecho fundamental a ser protegidas del abuso sexual. Y vender sexo no significa que abandones toda demanda de ser tratada con dignidad.

La columna de Lloyd, que empezó como una afirmación personal sobre cómo abofeteaba a un hombre por apretarle los senos (con la ridícula explicación de que él lo hizo porque ella era muy guapa), colocó en el punto de mira la suposición tan extendida entre los hombres de que las mujeres consiguen lo que piden por tener cierta apariencia.

«Presumiblemente, una mujer atractiva debe asumir plena responsabilidad de provocar atención no deseada», escribió Cooper en su blog. Lamentablemente, muchos miembros del sexo opuesto parecen compartir esa opinión. Por ejemplo un hombre, cuya carta al editor en respuesta a la columna de Lloyd preguntaba: «La vagina no es de propiedad pública, ¿pero las mujeres lo están pidiendo?». Cooper respondió:

The old fogey ends his letter with an irritating question: ‘Do the ladies have a responsibility to be more modest in their attire?’ It’s not about how women dress. Even in societies where women are covered from head to toe, sexual abuse is a constant threat. Men have a responsibility to exercise self-control and keep their hands and penises under manners.

Instead of falling into the trap of thinking that unwanted sexual attention is a compliment, women must fight back. We cannot passively see ourselves as victims. We have to let men know that they are not entitled to romp with us against our will. And an unexpected response to sexual harassment – whether verbal or physical – can be a most effective deterrent. […]

Across the board: uptown and downtown; black, white and brown; every single ethnic group. All our talk of independence, both national and personal, means absolutely nothing if we can’t cure this widespread sickness.

El viejo anticuado finaliza su carta con una pregunta irritante: «¿Tienen las mujeres la responsabilidad de ser más modestas en su atuendo?». No se trata de cómo visten las mujeres. Incluso en sociedades en las que las mujeres van cubiertas de la cabeza a los pies, el abuso sexual es una amenaza constante. Los hombres tienen la responsabilidad de ejercer autocontrol y de mostrar conducta con sus manos y penes.

En lugar de caer en la trampa de pensar que la atención sexual no deseada es un cumplido, las mujeres deben contraatacar. No podemos vernos impasiblemente a nosotras mismas como víctimas. Tenemos que hacerles saber a los hombres que no tienen derecho a divertirse con nosotras en contra de nuestra voluntad. Y una respuesta inesperada al acoso sexual (ya sea verbal o física) puede ser el freno más efectivo. […]

En todo el mundo: del centro hacia las afueras; negro, blanco, castaño; cada grupo étnico. Toda nuestra charla sobre independencia, tanto nacional como personal, no significa absolutamente nada si no podemos remediar esta enfermedad extendida.

El debate está ganando bastante tracción en medios sociales, pues los usuarios de Facebook jamaiquinos han estado compartiendo enlaces como este, que explica cómo el acoso en las calles es perjudicial para las mujeres y qué pueden hacer los hombres para erradicarlo.

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