En los vecindarios sirios los ataques con cohetes se vuelven normales y corrientes

Esta publicación es parte de la serie de artículos especiales de la bloguera y activista, Marcell Shehwaro, describiendo la realidad de la vida en Siria durante el conflicto armado en curso entre las fuerzas leales al régimen actual y los que buscan deponerlo. 

Blogger and activist Marcell Shehwaro at a protest in Syria. Image courtesy Marcell Shehwaro

La bloguera y activista Marcell Shehwaro en una protesta en Siria. Imagen cortesía de Marcell Shehwaro

Esta publicación habría sido distinta si hubiera seguido el dicho que aprendí en la infancia: «No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy». Tenía previsto escribirla ayer por la noche, pero me di cuenta que la batería de mi ordenador portátil estaba a punto de agotarse. No he tenido electricidad en mi casa en los últimos dos días y por lo tanto decidí esperar hoy por la mañana para escribirlo.  

Esta publicación debía tratar de la vida diaria de una chica normal y corriente, sólo un poco distinta. La llamaremos de activista, pues esta etiqueta resulta más atractiva a la gente. 

Recibí el encargo de Global Voices on line de transmitirles algunos detalles de nuestra vida cotidiana en Siria. Esto fue lo que planeé escribir, si no fuera tan dependiente de la tecnología y lo hubiera hecho ayer. Podría al fin y al cabo, haber escrito en papel, bajo la luz de una lámpara de queroseno. Parece ser que he perdido la habilidad de escribir, si no escucho el sonido de mis dedos en el teclado.  

Pero volvamos a la publicación. Me acosté pensando que lo escribiría esta mañana, tan pronto como encontrara una fuente de energía. Sin embargo, la Fuerza de Defensa Aérea siria tenía otros planes. Me desperté a las 8 de la mañana con el sonido de una explosión cercana – un cohete de la Fuerza de Defensa Aérea cayó a 100 metros de mi casa en el vecindario liberado de Mashad, en Alepo. Empezamos a contar. Dos…Tres…siete… Este cayó más lejos. Ocho… Las ventanas empezaron a repiquetear. Decidí abrir todas las puertas y ventanas. Se me ocurrió que coger la gripe por el frío sería menos penoso que ser alcanzada por una metralla de cristales rotos. 

Cogí todas las mantas que pude encontrar, me metí por debajo y me quedé dormida. La guerra me enseño que uno debe siempre dormir, sin importar los horrores que suceden afuera. 

Era viernes y debía participar de una protesta en el vecindario de Bustan Al Qaser. Me vestí y salí a la calle, lo que parecía ser un paso muy valiente, teniendo en cuenta el bombardeo. Repentinamente, el vecindario que conozco tan bien parecía completamente extraño. Cayeron 16 cohetes, según los amigos que se pusieron a contar. Y 16 cohetes son suficientes para cambiar las características de un barrio modesto como el que vivo. Había escombros y vidrios rotos por todas partes y mis botas «Uggs» no eran el calzado más apropiado a las circunstancias.

En las calles, todos miraban al cielo. ¡Realmente, todos! Había otras cinco o seis personas, los únicos civiles fuera de sus casas. Un hombre mayor gritaba como un vendedor ambulante llamando por clientes, sin advertir la muerte: «Se está acercando… ha llegado… Va a disparar….  Disparó….» Su monotonía era más triste que el escenario de escombros. 

El caza bombardero pega cerca. Algunos huyen del sonido de la explosión. Mi amigo y yo nos reímos de la idea de intentar correr más rápido que un caza. ¿Será que la gente piensa que estamos todavía en los tiempos de las protestas pacíficas, cuándo podíamos correr para escapar de los disparos de las balas? ¿O solo es el instinto de supervivencia, espontáneo e ilógico? ¿Quién puede realmente correr más rápido que un caza? El caza vuelve a disparar y mi amigo y yo decidimos que era una mala idea seguir caminando hacía la protesta. Entramos en un edificio cercano, donde encontramos a un grupo de civiles, aterrorizados. Envidio su capacidad de todavía tener miedo. Pues significa una de dos: o que sus vidas aún tienen sentido o que no están como nosotros, habituados a presenciar escenas de muerte.   

Los altavoces advierten a la gente en las plantas altas para que bajen. Se hace más fuerte el sonido de las sirenas de las ambulancias. Repentinamente, oímos una descarga de balas. Mi amigo pregunta:»¿Pueden las balas alcanzar los aviones?» y contesta a su propia pregunta: «No, cariño, son balas de la opresión». Envidio al militante que aún logra sentirse oprimido. 

Luego todo es normal. Pronto, seguiremos nuestro camino.

En pocas horas la vida volverá a la normalidad y las calles volverán a estar repletas de vendedores y transeúntes. Solo los que están bajo los escombros, sus familias y los que perdieron sus casas, llorarán hoy. Algunas imágenes podrán o no quedarse en nuestra memoria- el duelo de una madre que ve su casa arder con su hijo todavía dentro; o la hija relatando cómo la cocina se ha derrumbado con su madre dentro.  

Para nosotros, es un día de bombardeos normal y corriente. Mi amigo me corrige: hoy no fueron explosivos y sí, cohetes. Perdóneme la equivocación: un día de disparos de cohetes, normal y corriente. 

Marcell Shehwaro bloguea en marcellita.com y tuitea en @Marcellita, ambos fundamentalmente en árabe. Puedes leer las dos primeras publicaciones de esta serie aquí y aquí. 

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