El conflicto sirio: la lucha de un profesor de Homs

Como parte de nuestro proyecto con Syria Deeply [en] publicamos una serie de artículos que reflejan las voces de los civiles atrapados entre dos fuegos, así como los puntos de vista de escritores de todo el mundo sobre el conflicto.

A continuación se muestra una entrevista entre Syria Deeply y un joven maestro de Homs. Cuando no está en el aula, trabaja como voluntario en una organización humanitaria ayudando a las víctimas del conflicto sirio.

Solía ser una tarea ilegal según la dictadura del gobierno de El Asad, pero hoy en día se tolera. Es un bien reconocido como necesario en un país terriblemente aterrorizado por la guerra.

Adthar, Siria. 19 de noviembre de 2012 — Las clases continúan en el pueblo de Adthat, en la provincia siria de Idlib, bajo el control de la oposición. El colegio estuvo cerrado por razones de seguridad, pero ha vuelto a abrir. — El conflicto se prolonga en su vigésimo primer mes mientras las comunidades rurales en todo el país luchan por sobrevivir sin los suministros básicos, como petróleo, harina o electricidad, aunque, hasta cierto punto, son autosuficientes y autónomos. (Fotografía: Bradley Secker)

La zona donde vivo y trabajo se llama El Waer. Es un distrito grande donde viven alrededor del 70% de los habitantes de Homs. La población se ha disparado de los 150.000 que había antes de la revuelta hasta los actuales 450.000 vecinos.

A los residentes originarios se les han unido miles de personas que huían de los territorios más peligrosos de Homs. Algunas de estas personas pueden permitirse alquilar un apartamento o tienen familiares que les acojan. Están luchando económicamente pero les va mejor que a muchos. Otros que no tienen familias con quienes quedarse o dinero para pagar el alquiler se ven forzados a vivir donde puedan. Aquí en El Waer hay unas 17 escuelas que están desbordadas por todos los desplazados. En estas escuelas viven entre 40 y 50 familias. Y todos los demás están en situaciones todavía más duras. Alrededor de 6.000 personas viven a la intemperie en edificios inacabados.

Con tantos colegios utilizados a modo de refugio, quedan solo cuatro o cinco escuelas para educar a los niños de la zona. En las escuelas estatales, las clases están totalmente atestadas. Antes teníamos entre 25 y 30 niños por aula, ahora hay al menos 50. Y todo esto después comenzar a impartir clases diurnas y nocturnas para mantener las aulas con un número de alumnado razonable. Como resultado, el tiempo de enseñanza ha disminuido un tercio. Es un trabajo arduo para los profesores y todavía no tenemos suficiente espacio para todos los niños.

Mi escuela está en un vecindario adinerado, así que la inmensa mayoría de los alumnos viven bastante bien, a diferencia de los niños pobres de la ciudad que no pueden recibir una educación porque sus familias no tienen dinero para mudarse a zonas más seguras con colegios operativos. Además, el hecho de que el transporte público se haya paralizado y que las tarifas de los taxis sean exorbitantes hace que les sea imposible mandar a los niños a un colegio al otro lado de la ciudad.

La ciudad se puede dividir en tres áreas: En la primera se sitúan los distritos sitiados, donde cada día sufren bombardeos y enfrentamientos; hay unas 800 familias atrapadas allí, junto con los soldados del Ejército Libre de Siria.

En la segunda están las áreas en las que residen los que más se oponen al régimen pero que aún así sufren la presencia militar. Todavía hay controles del ejército, pero no hacen nada. Alrededor del 80 por ciento de los habitantes apoyan a la oposición y no se ven fotogrfías de Bachar El Asad. Estas zonas, incluida El Waer, son relativamente seguras durante el día, pero no por la noche. Los habitantes se apresuran para estar en sus casas antes de las 7 de la tarde, porque podrían encontrarse en medio de un tiroteo o un enfrentamiento. También se puede ver una pobreza extrema, así como escasez de suministros básicos: calefacción, electricidad, agua y gas.

Las zonas de la tercera están totalmente bajo el control del régimen. Aproximadamente el 40 por ciento de la población está a favor de El Asad y el 60 en contra, pero viven con miedo. Estas zonas son seguras porque nadie causa problemas y los movimientos revolucionarios son muy inusuales.

Todavía funcionan el 40 por cierto de los organismos públicos de la ciudad. Los docentes y otros empleados públicos reciben un salario, el problema es que los precios se han duplicado. Otro problema es que aquí en Homs solo queda un banco. Miles de empleados tienen que esperar más de tres horas para poder recibir sus pensiones o sueldos, y el banco no da abasto con todas las pensiones debido al volumen de solicitantes.

Independientemente de quién seas, el aumento de los precios te afecta. El gas es muy caro, la comida es cara e, incluso aunque tengas dinero, los suministros son siempre muy escasos.

Como respuesta a las necesidades a lo largo de todo el país, la mayoría de los jóvenes sirios han comenzado a ofrecerse de voluntarios en organizaciones humanitarias como la Media Luna Roja. Están expuestos a muchas dificultades y a veces también a disparos o a la presión por parte de ambos ejércitos. Sin embargo, en Homs no hay manera de llegar a las zonas más peligrosas bajo en control del régimen.

Trabajo en la ciudad para una asociación local cuya subdivisión humanitaria se creó durante la revolución. En este organismo hay más de 200 personas, la mayoría hombres jóvenes, pero también hay unas 40 jóvenes que trabajan para proporcionar ayuda psicológica a los niños. La ayuda que recibimos viene principalmente de los ciudadanos, aunque también de organizaciones como UNICEF. Facilitamos todo tipo de artículos, desde sábanas o muebles hasta artículos de higiene diaria.

Al principio de la revolución, el trabajo humanitario era peligroso en sí mismo: estaba prohibido y todo el mundo tenía que trabajar en secreto porque las autoridades nos trataban como a terroristas, como a rebeldes. Hasta el año pasado, el gobierno negaba que hubiera un problema humanitario. Por esto tuve que esconderle a mi familia lo que hacía, porque no quería que temieran por mí.

Desde entonces, las autoridades han reconocido la crisis humanitaria y este tipo de labor está autorizada, siempre y cuando trabajes para una organización acreditada. Finalmente le conté a mi familia lo que hacía y están contentos. Aún así, todavía hay riesgos para los voluntarios. En una ocasión, estábamos enviando ayuda a los refugiados y, en medio de una lucha entre familias, alguien sacó un cuchillo. Pero la preocupación constante son los controles militares, cada vez que tenemos que pasar uno con avituallamiento sufrimos interrogatorios: “¿Dónde vas? ¿De dónde has conseguido el dinero? ¿Por qué estás haciendo esto?”

No hablo mucho sobre política con mis compañeros de la asociación. No es que esté prohibido, es que la gente tiene miedo. Solo es seguro si estás entre amigos íntimos o si conoces el punto de vista político de la otra persona.

Como profesores, intentamos evitar hablar de política delante de los estudiantes. Incluso todavía tenemos en la pared la fotografía de Bachar El Asad. Si la descolgamos o la rompemos, tendríamos miedo de que las fuerzas de seguridad vinieran un día y pusieran en peligro al colegio. Los alumnos tienen permiso para hablar de política en clase, pero los profesores debemos reducir estas conversaciones al mínimo por nuestra propia seguridad.

No hay divisiones entre el alumnado, al contrario: hay amor. Pero todos están con la oposición. En otras zonas hay otras escuelas a favor del régimen, donde todo el cuerpo estudiantil está unido en el otro lado. De este modo, la ciudad está dividida en áreas.

Lo que más me preocupa sobre el futuro de mi ciudad es la educación. Me gustaría que todos los niños volvieran a la escuela y continuaran con su formación. Quiero que todos reciban una educación adecuada que se merecen para que estén seguros y sean felices, como debería ser para todos los niños.

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