Encontré a Teherán en Caracas

Bikinis vs Chadors in Venezuela and Iran: "After acclimatizing to Venezuela, even some of the Iranian women would adopt the more revealing dress style of their Venezuelan peers." Shiraz street scene photo by Flickr user Gabriel White (CC BY-SA 2.0). Images remixed by Georgia Popplewell.

Bikinis versus chadors en Venezuela e Irán: «Después de la adaptación a Venezuela, algunas de las chicas iranies adoptaron las ropas menos cubiertas de sus compañeras venezolanas. Escena en la calle de Shiraz. Foto de Gabriel White usuario de Flickl (CC BY-SA 2.0). Imágenes mezcladas por Georgia Popplewell.

Me pregunto cuánto sabían los venezolanos sobre Irán antes que los presidentes Chávez y Ahmadinejad comenzaran a amigarse políticamente, y los trabajadores venezolanos e iraníes comenzaran a ir y venir de Caracas a Teherán.

La primera vez que Irán llegó entró en mi imaginación fue a través de un mapamundi con el que a mi madre le gustaba jugar cuando éramos pequeños. El mapa, proyección Mercator, la tradicional que daba la idea del mundo que teníamos por entonces, cubría casi la mitad de la pared del dormitorio de mis hermanos. El mapa, entre muchos otros países mostraba también un país llamado Irán, con la palabra «Persia», entre paréntesis, justo abajo. Para la época, yo, con ocho años de edad, veía a Irán como el lugar lejano en el que tenía lugar el Príncipe de Persia, uno de mis juegos favoritos.

Conforme fueron pasando los años, fui descubriendo más referencias sobre Persia. Algunas venían de los libros de texto de matemáticas del colegio, otras más de los libros de poesía de la biblioteca de mis padres. Otras referencias vinieron también con el cine y sus películas en tierras lejanas; películas de Hollywood, claro. Una de ellas fue la trágica historia de una mujer estadounidense casada con un iraní, cuyo mundo se desplomó luego de visitar el país de de origen de su marido. La pobre se quedó atrapada en Irán con la nueva faceta de su esposo y las muchas represiones del país. Y así, contra viento y marea, la heróica estadounidense consigue escapar con su hija, y llega por fin a resguardarse después de muchos reveses en la embajada de Estados Unidos de un país vecino. A ella llega, exhausta y expectante, susurrando esperanzada «estamos en casa» al vislumbrar las flamantes barras y estrellas de la bandera.

Esta imagen fue para mi algo radicalmente distinto de la Persia que yo tenía en la cabeza. Para mí, Irán formaba parte de Medio Oriente y pensaba erróneamente, como muchos, que era parte de los países árabes, una imagen que se formó a raíz de las historias de Las mil y una noches. Resultó después que en esto último no estaba tan equivocada, pero solo lo descubrí mucho más tarde cuando ambos, Irán y Persia, aparecieron en Caracas de manera inesperada.

En 2007, fui a trabajar al Ministerio de Economía Popular, órgano administrador de las finanzas de lo que sería la columna vertebral de la administración de Chávez en ese momento: apoyo financiero a las cooperativas y la formación en emprendimiento para las comunidades más desfavorecidas, entre otras muchas cosas. La mayor parte de mi trabajo envolvía la edición y traducción de los documentos que se distribuían jerárquicamente desde la dirección al resto del Ministerio. También me ocupaba de los manuales, presentaciones y transcripciones que implicaban sumas tan cuantiosas de dinero que eran difíciles de leer en formato de número.

Entre los documentos, cartas e invitaciones que llegaban a mi escritorio en esa época, apareció uno que captó mi atención: una circular sobre la asignación de plazas para un curso de lengua farsi (persa) dirigido a técnicos y jefes de departamento. Me pareció al principio una estrategia difícil y extravagante, pero solicité de todos modos mi admisión en el curso.

Las clases las impartían jóvenes iraníes de veintitantos años, algunos fuera de Irán por primera vez, licenciados en traducción, español y literatura. Las clases fueron la entrada a un mundo fascinante, no sólo por la lengua y gramática, sino también por las interacciones personales. Dos terceras partes de la clase se iban en preguntas sobre Irán: «¿Por qué las mujeres tienen que cubrirse la cabeza?» «¿Por qué algunas no lo hacen?» «¿Por qué tienen tantas esposas los hombres por allá?», «En mi religión Dios está en todas partes, no entiendo por qué la gente tiene que rezar hacía la Meca». Y así, lo que comenzó como una clase de lengua, terminó por convertirse en una clase sobre estudios de irán.

Mis estudios del idioma avanzaron muy lentamente, pero al tiempo me convertí en una ávida consumidora de todo lo que tuviera que ver con Irán. Los profesores de lengua se convirtieron en amigos muy queridos, uno de ellos en particular, pues me llevó de la mano por toda la historia contemporánea, el cine, la poesía y la música clásica persa. Leí y escuché diferentes versiones de la revolución de 1979 y sobre la vida en el Irán contemporáneo. Descubrí también una larga lista de palabras que se habían pasado del persa al árabe y finalmente al español. Fue en ese momento cuando me enteré de que muchas de las historias de Las mil y una noches, incluyendo el cuento que sirve de unión a todas, compartían fuertes vínculos con los cuentos folclóricos tradicionales de la Persia tradicional.

Observar cómo estos nuevos amigos reaccionaban a la Caracas de ese entonces fue una experiencia especial. También lo fue salir con ellos y compartir sus espacios. Así, me sentí con frecuencia en una pequeña Teherán dentro de Caracas. Las chicas parecían felices de no tener que llevar el velo a todos lados y disfrutaban al comprar ropa que les sería muy difícil encontrar en Irán. Probé también la experiencia arrolladora de la depilación al estilo iraní, además de su manera de peinarse y de maquillarse. Y por supuesto, imposible de ignorar, intercambiamos también ritmos latinoamericanos con los que se bailan en las fiestas en Teherán.

Las personas que me encontré durante estos intercambios eran una mezcla de profesionales, técnicos, ingenieros y empleados de la embajada. Algunos de ellos habían llegado con sus familias. Otros las habían tenido que dejar atrás.

Durante las celebraciones tradicionales, las inclinaciones políticas de los iraníes se hacían más visibles. Por ejemplo, los partidarios del gobierno celebraban el Noruz o Año Nuevo persa en la embajada de Irán con oraciones y comida tradicional, mientras que los simpatizantes de la oposición lo celebraban en casa bailando o en uno de sus restaurantes iraníes favoritos de Caracas.

En cuanto a la libertad de expresión, me impresionó el punto de vista de uno de estos amigos sobre el periódico en el que trabajé después de dejar el Ministerio. El periódico en cuestión es de fuerte oposición, y fue creado para criticar los movimientos del gobierno y para desafiar de cualquier modo posible al entonces presidente, Hugo Chávez. Este periódico se encuentra hoy en día en serios problemas debido a la feroz reacción del gobierno a sus trabajos y a la falta de recursos. Para el momento en el que trabajé para ellos, las oficinas exhibían las primeras planas más importantes de las publicaciones. Cuando mi amigo fue a visitarme en una ocasión, la mirada se le iba con asombro a los títulos de los editoriales. Con una sonrisa que indicaba un poco de escándalo y un poco de gracia se me acercó susrrando: «¡Esto en Irán sería imposible!»

Dentro de este grupo de amigos, las conversaciones más acaloradas giraban en torno a Irán y Ahmadinejad, a Chávez y a Venezuela. A algunos les gustaba Chávez y les disgustaba Ahmadinejad, y había a quien no le gustaba ninguno de los dos. Algunos entendían la popularidad de ambos presidentes, algunos veían más bien la ventaja de un cambio de aires. Estas conversaciones me ofrecieron una visión sobre las diferencias de clase y el acercamiento a la religión, una idea que se profundizó con la llegada de nuevos traductores iraníes quienes se habían licenciado en universidades públicas o venían de regiones fuera de la capital.

La mayoría de mis amigos iraníes eran de clase media o alta; estaban más abiertos a las costumbres occidentales y eran más críticos con el gobierno y la idea de una República Islámica. Me parecían similares a los jóvenes privilegiados de la clase media alta venezolana, pero con una mayor madurez, fruto seguramente de no haber tenido siempre todo lo que quisieron. 

Los iraníes que llegaron después eran perceptiblemente más conservadores. Una de las mujeres de este grupo terminó compartiendo apartamento con el amigo iraní del que hablaba más arriba, y quien, con el tiempo se había vuelto ya más bien en mi pareja. La joven en cuestión tenía una actitud radicalmente diferente hacia el velo en comparación a la mayoría de mis amigos y amigas, y llegó a pedir a mi novio no salir de su habitación mientras ella se peinaba, algo bastante difícil de comprender para él. Hoy me pregunto si este chica desaprobaba mis visitas al apartamento, o incluso, las noches que pasaba allí. De ser así, nunca me lo hizo saber.

A partir de ahí me pregunté cómo sería la conmoción, en su primer encuentro con Caracas, de los iraníes más religiosos y conservadores que vinieron a trabajar a la embajada. Los horizontes de las principales ciudades venezolanas están plagados de carteles colosales mostrando a mujeres en bikinis provocativos, cerveza en mano, con la boca entreabierta, insinuante, y en actitud provocativa. En Caracas, la sensualidad del Caribe está por todos lados. Los ritmos del reggaeton y de la salsa erótica inundan los autobuses, y la gente en los clubes nocturnos bailan de manera sugerente en la oscuridad, pecho a pecho. En Caracas (¡en Venezuela!) la televisión es un desfile de mujeres en el que es prácticamente un requisito enseñar todo lo que se pueda.

Soy consciente, por supuesto, de que algunas de esas actividades no son totalmente desconocidas en Irán, donde existe el reggaeton persa y se ha publicado sobre la celebración de fiestas desenfrenadas en ciertos sectores de la sociedad iraní. Sin embargo, gran parte de lo que describo arriba, estoy segura, apenas podría experimentarse tan abiertamente en Irán. Recuerdo haber visto en una ocasión a un grupo de hombres del personal de la embajada iraní que cenaba en un popular restaurante persa, fijando la mirada en la mesa, visiblemente avergonzados, cuando en la TV del restaurante una especie de concurso de imitación de Shakira cayó a la categoría de poledancing.

Algunos de mis amigos iraníes dicen que cuando llegaron por primera vez fue difícil no mirar a las venezolanas sin quedar perplejos, en especial por los pronunciados escotes típicos de Caracas. Sin embargo, la mayoría de ellos se adaptó rápidamente a la atmósfera relajada de Venezuela, a pesar de largas horas de trabajo bajo el sol en proyectos en el campo, traduciendo para técnicos iraníes que les necesitaban para poder seguir con su trabajo, un trabajo extra por el que a menudo no se les pagaba. Incluso también con las condiciones de las viviendas que muchos tuvieron que soportar y del extraño proceso de selección bajo el cual rara vez conocían las fechas o condiciones de salida de Irán. Después de aclimatarse a Venezuela, incluso algunas de las mujeres adoptaron un estilo de vestir más atrevido, siguiendo a sus semejantes venezolanas.

No fue extraño, entonces, que los contactos de trabajo con los iraníes dieran un giro romántico, como pasó también en mi caso. Algunos de estos vínculos llegaron a terminar en matrimonio, incluso. El romance floreció a pesar de las barreras del idioma y en la planta de construcción en el estado Guárico, donde mi novio fue destinado como traductor, se escuchaban historias de técnicos iraníes que desaparecían con sus compañeras de trabajo durante horas laborales. El autobús que llevaba a los trabajadores hacia y desde la planta en construcción, estaba lleno de parejas que apenas podían comunicarse. Algunas veces, el trabajo de ciertos traductores tuvo que incluir declaraciones amorosas de sus compatriotas para posibles novias venezolanas.

A pesar de todo, la relación de Venezuela con Irán no ha estado libre de controversia. Dirigentes de la oposición temieron que el país llegara a convertirse en un participante activo en la política del Medio Oriente. En 2009 Chávez informó que Irán estaba ayudando a Venezuela a explotar uranio y algunos comentaristas políticos en Internet hablaron también de una supuesta afluencia de combatientes de Hezbolá al país.

Mientras tanto, otros tipos de intercambios siguen teniendo lugar en ambos países: En Irán, ciertas calles llevan ahora el nombre de Chávez y de Bolívar, y en Venezuela ciertas bandas hacen sus videos musicales en Teherán. Del mismo modo, un canal nuevo de televisión, accesible en Internet, ha sido propuesto por el gobierno iraní y es dirigido al público de América Latina. Y con ello, en Venezuela, se organizan talleres de cocina de Irán y cursos de lengua persa, algo que habría sido impensable unos diez años atrás.

¿Intercambio cultural? ¿Propaganda? ¿Un poco de ambas? Es difícil no preocuparse por la dirección que cierta alianzas pueden tomar. Pero lo que fascina aquí son los encuentros culturales y personales que tienen lugar fuera de la esfera de la interferencia del gobierno. Omitir esto sería no contar el cuento entero. 

La alianza política continúa. No sabemos cuánto durará, a pesar de las fervientes declaraciones de los líderes que afirman que será para siempre. Como con algunas de las historias de amor que vi en la planta del estado Guárico, la relación entre Venezuela e Irán actualmente puede ser apasionada, pero también es incierta y tumultuosa. ¿Qué pasará con la relación si los precios del petróleo siguen bajando y la situación económica y social de Venezuela continúa deteriorándose?

Sin embargo, más allá de esos temores, sé que hay puentes invisibles que se sostendrán de por vida. De mis amigas iraníes, no hubo una que no se casara con un venezolano, un punto de partida hoy en la aventura de educar a una nueva generación de perso-venezolanos que pocos hubieran imaginado hace una década. Un grupo especial de iraníes descubre todavía América Latina en sus distintos modos y de distintas maneras. En lo que a mi respecta, la relación sentimental que tuve no perduró, pero la que forjé con el país y sus culturas es y será para siempre.

Aún volteo al oir a alguien hablar en persa, aún trato de memorizar poemas en esa lengua, y aún, en momentos de duda, busco respuestas en los gazales de Hafiz. Durante mis primeros años en la investigación social, escogí trabajos en y sobre Irán; y sufrí también profundamente cuando arrestaron a gente muy querida para mí durante las protestas y la represión que siguieron a las elecciones iraníes de 2009. En especial cuando uno de ellos fue encarcelado y herido, moral y físicamente. Todavía me pregunto si, después de esa experiencia, el refinado y sensible espíritu al que me apegué tanto cuando nos encontramos en Venezuela se mantendrá aún intacto. 

Las culturas intercambian, pero lo hacen a través de interacciones humanas. Se abren horizontes culturales, cómoda o incómodamente, para bien o para mal. Lo intercultural es interpersonal. Mientras quito el polvo a estos recuerdos, me vienen a la cabeza las palabras de un querido amigo, escritor y activista venezolano desde hace mucho tiempo, a quien como yo, Irán le conquistó por su gente. Este hombre, que estuvo casado durante un tiempo con una mujer iraní excepcional (una activista antes y después de tiempos de Jomeini) me dijo en cierta ocasión: «Una vez que un iraní se cruza en tu camino, jamás serás capaz de escapar a su encanto». 

Años más tarde, incluso ahora que vivo en Francia, sus palabras todavía resuenan. Más allá de lo que Irán o Venezuela sean, o serán; lo que durarán serán las nuevas culturas construidas por personas con la necesidad de abrirse a nuevos mundos. Mi encuentro con Irán es la prueba de que las culturas son en realidad un universo casi inasible, difícil de definir en un número decente de palabras. Historia, clase, política, religión y literatura nos traen tantas visiones diferentes de este país, que una siempre se sorprende al ver cómo intentan simplificar la imagen.

Creo entonces que no arriesgo mucho si me inspiro en las palabras de un escritor muy querido para explicar lo que Irán fue, es o puede ser. Al menos para mí. Ya sea por simplificar, ya sea por interés, hablamos de un solo Irán. En realidad, excepto por la denominación geográfica, el Irán que creemos ver podría incluso no existir.

2 comentarios

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  • Sonia

    Esa frase de tu artículo “Una vez que un iraní se cruza en tu camino, jamás serás capaz de escapar a su encanto», doy fe. Un día bastó, sólo un día, interactué con un iraní, persa, por demás muy colombiano en su asimilación de la cultura latinoamericana, y aunque está en Venezuela y yo en Colombia, no he podido librarme de su encanto. ¿El encanto está en él? ¿Lo he creado yo? Lo qué sí es cierto, es que lo produce el asombro de sabernos diferentes. Y esa curiosidad por lo diferente, nos permite disfrutar de la diversidad, así en últimas seamos tan parecidos. Ahora estudio persa lentamente y de manera autodidacta, él me dijo «estudiar persa no te va a servir de nada». Pero a mí me sirve para ser feliz, de manera subjetiva por mi experiencia, se ha convertido en un lenguaje del amor fomántico para mí. Compongo canciones y tengo mi primera canción en persa. Sencilla, claro, e incluye su nombre. Yo no tendría problema en ponerme un chadors por amor, ni en desnudarme por lo mismo. Pero yo, además de ser de Colombia, soy de otra especie. Y en últimas, mi cultura personal es de interiorización, sencillez, fluidez y convivencia con la naturaleza. No tengo fechas especiales, ni rituales, ni modo particular de vestir. Ahora vivo en una reserva natural, cerca de algunso pocos de mi especie en el centro geográfico de Colombia. Tengo poca comunicación con mi querido persa. Ahora tenía que trabajar, pero de nuevo «un algo de persia» me distrajo y terminé leyendo tu artículo, definitivamente “Una vez que un iraní se cruza en tu camino, jamás serás capaz de escapar a su encanto.»

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