Unidos por el amor, separados por los muros de las cárceles egipcias

Clockwise: Sanaa (left) and Mona; Alaa Abd El Fattah with his son Kahled and wife Manal Hassan, Alaa and Sanaa, and Sanaa and Mona .. On pain, love and hope. Photo credit: Mona Seif (Facebook)

De izquierda a derecha: Sanaa Seif (izquierda) y Mona Seif; Alaa Abd El Fattah con su hijo Khaled y Mona; Sanaa y Mona, y Alaa y Sanaa. Fotos de Mona Seif (Facebook)

Este artículo lo escribió Mona Seif en árabe. Su hermano, Alaa Abd El Fattah, está en la cárcel cumpliendo una pena de prisión de 15 años por haber participado en una manifestación; su hermana, Sanaa Seif, también está en la cárcel, esperando a ser juzgada por manifestarse en contra de una polémica ley que prohíbe las manifestaciones. A continuación, ofrecemos una traducción de este artículo, en el que habla [ar] de dolor, amor y esperanza.

Cuando era niña, no había nada que temiese más que la muerte.

Tenía muchas pesadillas. La idea de mi propia muerte me perseguía; sola en mi cama, lloraba hasta quedarme sin lágrimas. Mi madre me decía que a mi tía le pasaba lo mismo de pequeña. Aunque jamás entendió los miedos de mi tía ni los míos, mamá era quien siempre nos ayudaba a soportarlo. Cuando se lo comenté a mi tía, me respondió que su miedo a la muerte desapareció cuando nacieron sus hijos. No entendí sus palabras hasta que comprendí mis sentimientos hacia Sanaa, mi hermana pequeña, que mide más que yo y es la persona a la que más quiero en este mundo.

Cuando mi madre estaba embarazada de Sanaa, me preguntaba si quería un hermano o una hermana. Y esta era una decisión muy difícil para una niña de ocho años, sobre todo para una que no sabía si prefería una hermana para tener una litera y dormir en la cama de arriba o un hermano que no parase de provocar a nuestro hermano mayor. Después de mucha confusión, decidí que prefería a Sanaa antes que a Yousif. Es decir, que quería una litera y que ya buscaría yo la forma de meterme con Alaa.

Todavía recuerdo el día que nació.

Una familiar, Azza, nos despertó a Alaa y a mí para que nos preparásemos para el colegio. Ya sabíamos que mamá llevaba en el hospital desde medianoche para dar a luz. Llegamos al colegio como en un trance, entramos el patio dando saltos y Alaa no paraba de gritarle a todo al que veía: «Mi hermana ya está aquí».

Después del colegio, cogimos el autobús y, nada más paró, fuimos corriendo a casa para ver quién había llegado antes. Entramos en la habitación de mamá y la vimos con una sonrisa tranquila en los labios y una criaturita en los brazos. Nos acercamos para ver a Sanaa de cerca, quien nos saludó con un débil «aaaaah». Alaa se rió y dijo: «¡Pobrecilla! No puede ni gritar». Entonces Sanaa dio tal grito que retrocedimos unos pasos antes de romper en risas.

Así es Sanaa. Da la impresión de que es como una especie de galletita: pequeña e incapaz de valerse por sí misma. Pero luego te sorprende y hace algo que tú nunca podrías hacer. Recuerdo el día que fuimos a testificar ante el juez tras el incidente del Parlamento, para que nos tomase declaración acerca de nuestro arresto y el acoso que sufrimos. Cualquiera que nos conozca pensaría que sería yo la que se acordase de las declaraciones, de todos los datos y detalles, la que se fijaría en todo; mientras que Sanaa estaría en su mundo y se olvidaría hasta de los nombres y no se fijaría en nada. Aquel día volvió a sorprenderme. Empecé a hablar de lo que había pasado: describí a la gente que nos rodeaba y sus sentimientos; cité sus nombres. Luego me di cuenta de que esta información era irrelevante y de que tenía que ofrecer descripciones que nos permitieran encontrar a los que nos habían acosado. Y pasé automáticamente a usar uno de los mecanismos de supervivencia que desarrollas cuando vives todo el día rodeada de acoso: traté de difuminar las caras y rasgos de las personas que me dan miedo y de las que pueden suponer un peligro para mí.

Sin embargo, mi hermana Sanaa, que se pensaba que todos los puentes de El Cairo eran el Tharwat (porque ese era el único cuyo nombre recordaba), se sentó enfrente del inspector y le describió con todo detalle a los que nos atacaron y a los que detuvieron con nosotras. Pudo recordar su altura, su color de piel y cuántas estrellas y medallas tenían en los hombros. Pudo identificar a tres de los oficiales que nos atacaron y reconocerlos en los periódicos del día.

Me acuerdo de la broma que le gasté luego. «¿Tú quién eres? ¡Devuélveme a mi hermana Sanaa!». También recuerdo que aquel día descubrí lo importante que Sanaa era en los momentos cruciales, cómo cambiaba y cómo su habilidad para concentrarse y tomar la decisión adecuada superaba a la de cualquier otra persona.

Desde hace unos días, he tratado sin éxito de enfrentarme al dolor que siento. El dolor de todos los hechizos que una hermana mayor pronunciaría para proteger a su hermana pequeña y que no han funcionado. El dolor de los tres minutos que robé para encontrarme con ella en la comisaría, separadas por una puerta y una valla de alambre que me impidieron abrazarla, donde hablamos rápido, a viva voz, en un intento de tranquilizarlos, a ella y a los que detuvieron junto a ella. Lo que Sanaa vio, seguramente, fue una conversación llena de ansiedad, de demasiadas órdenes e instrucciones.

Ahora la vida se nos ha hecho tan difícil que nadie es capaz de alcanzar a comprender este dolor, de expresar la tristeza que siente o de proclamar su amor por sus hermanos prisioneros. Hoy, cuando visité a Sanaa, una simple carta suya y unas palabras fueron suficientes para aliviar la pena. Me volvió a sorpender que, a pesar de la distancia y los muros, solo Sanaa, solo ella fuera capaz de entender mi dolor. 

El diciembre pasado, tras visitar a Alaa en la cárcel, escribí:

Sus cárceles no nos asustan.
Si su injusticia nos hace daño, llegará el día en que recordemos todas las cosas maravillosas, el sueño por el que luchamos para acabar con su pesadilla.
Recordaremos las risas de aquellos de los que nos separaron.
Contamos con un arma secreta. Contamos con Sanaa.
ustedes tendrán tanques y cárceles y vehículos de combate y depósitos de cadáveres… pero nosotros somos más fuertes.

Es cierto que ellos tienen cárceles, vehículos de combate, balas, juzgado y comisarías. Es cierto que nos pueden separar, con Alaa en la cárcel de Tora y Sanaa en la de Qanater, que obtenemos el permiso de visita de Alaa en el juzgado de Zenhum y el de Sanaa en el de Al Abbasiya. Y aun así, contamos con un arma secreta: Sanaa y una infinita capacidad de amar que supera los muros de cualquier cárcel.

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