El Open Access y la complejidad de los Derechos Digitales

¿Cómo cambian las tendencias de pensamiento en el tiempo y el espacio?

Esa era la pregunta que se planteaba el antropólogo británico Jack Goody en 1977 en «La domesticación del pensamiento salvaje», sobre la aparición de nuevas formas de comunicación en el seno de las sociedades. Según su estudio, una cultura que transmite su saber de forma oral no reflexiona de la misma forma que una cultura que utiliza la escritura.

Hoy, esta problemática sobre la forma de funcionamiento del intelecto humano se alimenta de un nuevo esquema de transmisión: la digital. En la red codificamos el saber combinando el impulso oral y la memoria escrita. Gracias a esta tecnología reciente (en la escala de la historia humana) transmitimos una cultura renovada: la transmisión del saber –es decir, los datos– tejen una red visual en perpetua expansión. Si todos participamos en la construcción de este espacio, se plantea una cuestión: ¿cómo debemos ocupar la red? Esta pregunta se declina de varias formas: ¿se debe autorizar la difusión de todos los tipos de datos? ¿quién puede acceder a qué datos y bajo qué condiciones? ¿quién debe controlar qué y a quién?

Laberinto hecho con 2500 velas encendidas, en Wikimedia Commons – Licencia CC-BY-SA

Libertad de información versus exclusividad

En el mundo del pensamiento moderno, el saber tiene como fuente la investigación. Los científicos, los académicos, los universitarios, esos grandes pensadores de la sociedad actualizan la cultura e inscriben en la memoria cultural nociones de una verdad oficial. Este saber se comunica por medio de publicaciones de referencia institucionales y gubernamentales. Sarah Kendzior [en], investigadora especializada en Asia central, comenta a este propósito:

La publicación académica se estructura sobre la exclusividad (…) publicar en revistas de prestigio fue en su momento una indicación del valor que se tenía como autoridad en la materia. (…) Hoy lo único que asegura es que nadie leerá la publicación.

El pensamiento digital parece no funcionar de esa forma. En la red, el saber oficial se integra en el flujo global de datos y se trata como cualquier otra información. La libertad neutraliza la exclusividad.

Si bien la mayoría de estas revistas científicas están hoy disponibles en Internet, solo lo están en forma de expositor que invita a la compra de dicha revista, olvidando todas las funcionalidades originales de la red: los foros de discusión, los enlaces y el acceso directo. Aún más característica es la práctica común de los editores científicos comerciales de mostrar la existencia de sus artículos en formato PDF antes de proponer el acceso mediante el pago de una suma exorbitante (por ejemplo, este artículo [en] de seis páginas por 39,95$ en una revista editada por Elsevier).

Dan Cohen explica en su blog [en] las razones de semejante barrera:

Lo que no anticipamos era otro tipo de resistencia a la web, basada no en el desconocimiento de la esfera digital o en el ludismo, sino en una considerable inercia de los métodos y géneros académicos tradicionales, los prejuicios más sutiles y extendidos que frenan la adopción académica de los nuevos medios en el ámbito académico.

Open Access

Frente a esta resistencia académica, una parte de los investigadores, constituida sobre todo por los que trabajan a partir o con ayuda de la red, reivindica la apertura de forma libre y digitalizada de publicaciones producto de la investigación científica pública. Se trata del Open Access. En este contexto, Aaron Swartz habría cometido en 2011 el delito –según el gobierno norteamericano– de descargar via un servidor MIT unos 4,8 millones de artículos científicos comercializados por el editor JSTOR. Artículos que seguidamente habría colgado en la red a disposición de todo el mundo.

Aaron Swartz en una reunión Wiki  en Boston, por Sage Ross

Aaron Swartz en una reunión de Wikipedia en Boston, por Sage Ross en Wikimedia Commons – Licencia CC-BY-SA

No obstante, su acción no tuvo mucho eco entre el gran público hasta su suicidio el 11 de enero de 2013, suceso que desencadenó una oleada de solidaridad por parte de numerosos universitarios que comenzaron a distribuir libremente sus artículos científicos en formato PDF. La iniciativa se puede encontrar en Reddit [en] con esta propuesta de Micah Allen [en], neurocientífico danés, y en Twitter con la etiqueta #PDFTribute que iniciaron Eva Vivalt y Jessica Richman.

El movimiento Open Access que reivindica el acceso libre a datos científicos no es tan reciente (en el ámbito digital). Iniciado en 2001 por la Budapest Open Access Initiative, tomó cuerpo en el seno de una voluntad global de apertura del ciberespacio. Aunque la idea ya se ha implantado en el Reino Unido y en ciertas universidades de Irlanda o incluso de Kenia, así como en la Comisión Europea, que la ha convertido en una de las prioridades del proyecto Horizonte 2020 [en], los puntales de la investigación norteamericana, con algunas excepciones, rechazan adaptarse a ella.

 @sarahkendzior : Los accesos de pago [a los contenidos científicos] forman parte de una cultura del miedo. Miedo de relacionarse con el mundo en lugar de aislarse de él. #pdftribute

De acuerdo al pensamiento digital, los artículos científicos deberían ser escritos para compartirlos y debatirlos. Al insistir en su modelo tradicional, el editor comercial que rechaza los modelos de libre acceso perpetúa un esquema que no se adapta al espacio digital. Un esquema en el que las informaciones siguen restringidas a ciertos colectivos; un esquema de reglas estrictas que niegan cualquier comunicación entre el investigador y el público, so pena, para el primero, de falta de reconocimiento por parte de sus colegas, de marginalización en el seno de su propia comunidad, o incluso de demandas.

No obstante, la apertura de datos científicos a todos está cuajada de ejemplos inspiradores. El acceso libre permitiría una mejor circulación de la información entre científicos de distintas disciplinas y de diferentes regiones, como atestigua Sean Guillory [en], historiador especializado en Rusia:

Existe un enorme abismo de comunicación, de acceso y de diálogo entre el saber que producen los eruditos «occidentales» sobre Eurasia y los que producen los eruditos «de allá».

El acceso libre beneficia igualmente a los colectivos no científicos, si tomamos el ejemplo de Sarah Kendzior [en]:

Con un artículo publicado en Academia.edu, Sarah Kendzior ha ayudado a refugiados uzbecos a encontrar un refugio seguro en el extranjero. Con otro, llevó el mundo de la literatura uzbeca a las vidas de los adolescentes de Medio Oeste de los EE.UU.

De acuerdo al informe Finch (publicado el 19 de junio de 2012) [en, pdf], las barreras colocadas por el antiguo modelo comercial restringen la innovación, el crecimiento y otros beneficios que pueden derivarse de la investigación. La forma de pensar digital, por laberíntica que sea, se desmarca de su predecesora por su naturaleza igualitaria: todos deberían tener libre acceso a las informaciones que buscan. Esta libertad democrática es lo que defiende el Manifiesto del Dominio Público:

(…) es importante que el dominio público en ambas de sus encarnaciones sea mantenido de forma activa para que pueda continuar cumpliendo con este papel clave en este período de cambio tecnológico y social acelerado.

La herencia cultural digital de Francia a la venta

En Francia, el anuncio el 18 de enero de 2013 de la firma de acuerdos entre la Biblioteca Nacional de Francia y empresas privadas se inscribe en este mismo debate de acceso al saber para todos, dominio defendido por numerosos grupos y asociaciones francesas, como demuestra esta petición publicada en Framablog [fr]:

Ces partenariats prévoient une exclusivité de 10 ans accordée à ces firmes privées, pour commercialiser ces corpus sous forme de base de données, à l’issue de laquelle ils seront mis en ligne dans Gallica, la bibliothèque numérique de la BnF. Les principaux acheteurs des licences d’accès à ces contenus seront des organismes publics de recherche ou des bibliothèques universitaires, situation absurde dans laquelle les acteurs du service public se retrouveront contraints et forcés, faute d’alternative à acheter des contenus numérisés qui font partie du patrimoine culturel commun.

Estas asociaciones prevén que se conceda una exclusividad de 10 años a esas empresas privadas para comercializar estos corpus en forma de bases de datos, a cuyo objeto se publicarán en la red en Gallica, la biblioteca digital de la BnF. Los principales compradores de licencias de acceso a estos contenidos serán organismos públicos de investigación o bibliotecas universitarias, situación absurda en la que los actores del servicio público se verán obligados, a falta de alternativas, a comprar contenidos digitalizados que forman parte del patrimonio cultural común.

Los acuerdos de esta digitalización privada restringen el acceso a un saber que, por su antigüedad, se define como perteneciente a todos. Este proceso de archivo y reapropiación digital de los datos culturales, efectuado por medio de la financiación de instituciones ricas, transpone e impone al dominio público que es Internet un esquema de explotación del espíritu humano. Aquí no se trata del desconocimiento de la naturaleza de Internet, sino de un poder comercial sobre una parte del patrimonio. En otras palabras, estas digitalizaciones privatizadas constituyen una verdadera toma de control de una parte del espacio digital, la ocupación de un territorio mental que pertenece al género humano. El desarrollo del modo de pensar digital –caracterizado por el poder público– se ve enfrentado a una falta de imaginación innovadora de los sistemas tradicionales de pensamiento moderno. No obstante, una cosa ha cambiado desde la aparición de la esfera digital: hoy la inteligencia democrática es la que detenta las herramientas tecnológicas que dan acceso al intelecto humano, hasta ahora reservado a una élite.

Inicia la conversación

Autores, por favor Conectarse »

Guías

  • Por favor, trata a los demás con respeto. No se aprobarán los comentarios que contengan ofensas, groserías y ataque personales.