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Ucrania: Odisea en la embajada española

Categorías: España, Ucrania, Derecho, Economía y negocios, Relaciones internacionales, Viajes

En un mundo ideal, no habría necesidad que los viajeros perdieran su tiempo y dinero en obtener visas [1]: comprar un pasaje de avión y reservar una habitación en un hotel sería suficiente. Gracias a varios tratados y convenciones internacionales, hay una considerable cantidad de oasis libres de visas – aunque, desafortunadamente, mucha gente alrededor del mundo sigue condenada a esperar en colas en las embajadas y a tener sus pasaportes sellados con negativas de visas.

Entre los desafortunados están los ciudadanos de Ucrania, quienes quieren viajar a lo que se conoce ampliamente como “Occidente [2].”

Tanya Kremen, periodista ucraniana, estudia castellano pero siente que un pasaje a Latinoamérica es muy caro. Por lo que decidió ir a España. Tenía una visa Schengen [3] vigente – a diferencia de sus dos amigas que querían ir con ella.

Lo que sigue es una traducción de la historia de su frustrante visita a la Embajada Española en Kiev [4], publicada por Tanya en su blog en Korrespondent.net el 25 de junio del 2007:

¿Alguna vez han tratado de ir a España? ¿Este maravilloso y soleado país, con gente amigable, playas arenosas y deliciosa comida?

No, no me refiero a ir a través de una agencia de viajes, sino por su propia cuenta, preparar la ruta, hacer reservas de hotel por Internet, comprar los pasajes – y, una nimiedad, sacar la visa.

Traten.

[…]

Resulta que tengo una visa Schengen vigente, pero dos de mis amigas (llamémoslas Vova y Dima, porque esos son sus nombre) no la tenían. Cuál es el problema, pensarían ustedes – acaso no vivimos en Ucrania, un país que tiene frontera con la Unión Europea, un país que anhela la integración europea. Vova y Dima, que han estado en varios países europeos más de una vez, reunieron todos los documentos necesarios y a las 10 am llegaron a la Embajada de España para solicitar sus visas.

Una de ellas es directora comercial de una gran empresa, la otra es directora de relaciones externas de una empresa igualmente grande. Ellas descargaron sus formularios del sitio web de la embajada y los llenaron, tenían todos los documentos enumerados en el sitio de la embajada. Antes, pagaron 35 hryvnias [$7] en el call center y les dieron la hora y la fecha, 10 am.

Para empezar, en la entrada de la embajada se dieron con que la inscripción en el call center no tenía nada que ver con la realidad, porque las personas que tenían turno para las 9 am todavía estaban esperando. Y hay que hacer cola – entre la multitud – y no está permitido que uno se pare frente a las ventanas de la embajada – porque al cónsul no le gusta cuando bloquean la vista – y es por eso que hay que mezclarse entre la multitud a cierta distancia.

Vova y Dima se pararon en la multitud cerca de la embajada y esperaron su turno. [Cuando llega], el guardia, uno cuya responsabilidad es, según sus propias palabras, «gritar», gritará «¡ATENCIÓN!» para llamar con estruendosa voz los apellidos de aquéllos a los que les ha tocado el turno de entrar – distorsionando los nombres vergonzozamente.

Se paran por ahí, fuman, conversan – porque no hay otra cosa que hacer ahí – y casi una hora y media después de esperar bajo el ardiente sol de Kiev, el guardia grita sus apellidos. Entran y se encuentran en un cuarto de 18 metros cuadrados, donde dos docenas de personas están sentadas y esperan su cita. Una recepcionista […] y un guardia los acompañan. No hay aire para respirar en la pequeña habitación, porque han elegido no gastar en aire acondicionado, y es por eso que [la recepcionista] le pide al guardia con una voz seductora: “Misha, abre la puerta, déjalos que respiren,» y después de media hora, “Misha, suficiente respiración, ciérrala.» La espera debe ser hecha en silencio y sin sonreír – al menos es lo que la [recepcionista] dice. «Todos permanecen callados mientras yo hablo,» se dirige al público. «No recomiendo reírse acá,» dice estrictamente a Vova y Dima, que están riendo nerviosamente.

En esta atmósfera amistosa, Vova y Dima pasaron otra hora y media, y finalmente les permitieron acercarse a la ventanilla donde debían entregar los formularios y el pago – exactamente $46 cada una, y solamente en billetes nuevos. Por cierto, ya que $46 es una suma inexacta, muchas agencias de cambio locales hace tiempo que se han quedado sin billetes chicos en dólares.

Entregan sus papeles a una muchacha rubia […], y ella, sin apenas mirarlas, pregunta condescendientemente:

- Díganme, ¿cuánto tiempo han estado esperando ahí sentadas?
– Tres horas, – responden Vova y Dima sinceramente.
– ¡Entonces tuvieron tiempo suficiente para darse cuenta de la manera correcta de llenar el formulario! – la rubia grita y les tira los papeles.

Los papeles vuelan como un ventilador, pero Vova y Dima hacen un intento pacífico de encontrar qué fue exactamente lo que molestó tanto a la muchacha.

- Perdón, ¿podría presentarse?- Vova pregunta.
– ¡Nos han enseñado a no presentarnos! – responde la muchacha arrogantemente […].
– Aún así, ¿qué está mal en nuestros papeles? – Vova y Dima tratan de averiguar.
– No soy la oficina de información. Acá no estamos para responder preguntas, – la mucha lanza una frase clásica de un burócrata soviético.

Esto hace que Vova y Dima insistan en hablar con el jefe de la muchacha. El jefe sale – un empleado español llamado César – pero el resultado de su charla es que a Vova y Dima les dicen que regresen a la recepción y llenen sus formularios de nuevo. Tratan de explicar que obtuvieron sus formularios en el sitio web de la embajada, y César dice lo siguiente: «Ese sitio web no está relacionado con la embajada. Fue creado por el Ministerio de Asuntos Exteriores de España. Vayan a preguntarles a ellos.»

Cansadas pero aún ansiosas, Vova y Dima regresan a la recepción. Llenan nuevos formularios y tratan de entender qué tan diferentes son de los suyos – porque los papeles son absolutamente idénticos. Tras un momento la recepcionista […] siente lástima de los tontos y explica: los formularios se imprimen en dos hojas separadas, y la manera correcta es tenerlos impresos a ambos lados del papel.

Y así, cinco horas y media más tarde de la hora de su cita, Vova y Dima llenan los formularios, se los regresan a la rubia y pagan el dinero. Entonces la rubia les informa que pueden llamar en dos semanas (!) para averiguar si les han concedido la visa o no y si es que deben entregar más documentación.

- ¿Y qué si no nos dan la visa? ¿Qué pasa con nuestro dinero en ese caso?- pregunta Vova.
– El dinero se queda en la embajada, – responde la rubia.
– ¿Para qué? – pregunta Vova.
– Por haber hablado con ustedes, – explica la rubia educadamente.

Después de esto, Vova y Dima – cansadas, luego de haber faltado a todas sus reuniones y de haber perdido el día para presentar una solicitud de visa – caminan fuera de la embajada e inician una pequeña protesta: se sientan con las espaldas apoyadas en la pared de la embajada y fuman. Al poco rato, el guardia sale aterrado:

- ¿¿Qué hacen??
– Protestamos, – Vova y Dima dicen.
– ¿Cómo que protestan? – el guardia está sorprendido.
– Haremos una huelga de hambre aquí, justo en sus ventanas, – Vova y Dima dicen.

El guardia se encoge y les pide cordialmente:

- Las entiendo, pero tendré problemas. Por favor.

Y Vova y Dima se van.

¿Creen que se trata de un caso único? No, no lo es. ¿Y qué de la negativa de aceptar papeles debido a una cara sonriente en la foto? (la embajada francesa). ¿Y la negativa de otorgar una visa por dos semanas porque, según el cónsul, una semana es perfectamente suficiente para negociar? (embajada austriaca). ¿Y qué de negar la visa porque…? Quién sabe por qué. Un cónsul de un estado europeo no está obligado a explicar por qué no quiere darte una visa. No le debe nada a nadie. Ni siquiera tiene que ser educado.

¿Educado? ¿Con los ucranianos? ¿Con estos ciudadanos de tercera? Oh, por favor.

Hasta ahora, van 66 comentarios a este post. Algunos lectores ofrecen consejos prácticos, otros comparten sus propias historias de lidiar con embajadas. Unos cuantos sugieren que, más bien, Tanya debiera viajar a un país que conceda las visas a la llegada en el aeropuerto – un país como Turquía o Jordania. Algunos están molestos con los españoles – y con los europeos occidentales en general, pero la suya es claramente una visión minoritaria en este blog: la mayoría de los lectores coincide en que el problema es, sobre todo, con el personal no calificado y grosero de las embajadas. Aquí lo que Tanya Kremen escribe sobre esto:

[…]

Y me gusta el país. Ya he estado ahí. Un buen país y la gente es buena. Solamente la embajada está loca.